Acostumbrados a arrollar en este tipo de finales, no parecían creer los futbolistas del Barcelona lo que les estaba pasando cuando Rodrigo les enchufó el 2-0. La apisonadora azulgrana, que recientemente ha triturado en estos pagos a clubes medianos como Sevilla, Alavés o Athletic, encontró esta vez una roca con la que nunca pudo. Como si la historia hubiese decidido hacerse fuerte, el Valencia disputó el partido como un grande. Con las armas de las que dispone, bastante menos costosas que las de su rival ayer, pero con una entereza y valentía que van a dar, quién lo iba a decir, con los huesos de estos chicos en la historia del club.

La final del capitán

Construyó el Valencia su victoria desde la normalidad. Ni cambios tácticos ni experimentos raros. Wass en el lateral porque Piccini estaba dando señales preocupantes desde su regreso de lesión y Gameiro arriba porque es bastante mejor que Mina. El resto, en su sitio, agazapados atrás y esperando que Parejo tuviera la noche para empezar a hablar. Y la tuvo. Auténtico mariscal de todas las operaciones, se hizo con el control del juego de una manera insultante. En ese ecosistema del colegueo tuya-mía del Barcelona, Parejo les dio un repaso monumental, una lección de temple y rapidez ajena a la viscosidad inaguantable del trío que le puso enfrente Valverde. Supo siempre cuándo contemporizar y encontró en el exasperante traqueteo de Busquets el agujero por el que percutir en busca del contragolpe letal. El capitán fue el gran protagonista de la final y probablemente el involuntario responsable, por su inoportuna lesión, del asedio final al que se vio sometido su equipo.

Errores tácticos

Valverde se equivocó y puede dar con sus huesos en la oficina del INEM. Su apuesta por Roberto para el ataque fue de risa. Confía en este futbolista hasta extremos que rozan la sospecha, haciéndolo jugar por todas partes sin obtener de él respuestas en ninguna. Otro tanto sucede con Arthur, aupado al altar de las esencias por cierto sector de iluminados cuando no es más que un jugador de fútbol sala pagado a precio de oro como si fuera el nuevo Iniesta. El Barcelona se limitaba a llevar la pelota hasta la frontal para allí buscar a Messi, al que le salía un bosque de piernas, cuerpos y hasta cabezas cada vez que intentaba el disparo. Los demás, fundidos aún tras lo de Liverpool, eran una manada de espectros. Coutinho, una calamidad por la que pagaron más que la Juventus por Ronaldo.

Las liebres de arriba

Hay que descubrirse ante la gente que puso arriba Marcelino. Comenzando por Soler, al que aquí tanto se ha criticado. El valenciano fue de lo mejor en una noche en la que casi todos rindieron al máximo nivel. Su demostración de poderío ante Alba en el segundo gol de su equipo es un destello de las cualidades que aún tiene por explotar. Generoso en el esfuerzo, brillante por momentos en la conducción y muy aplicado en defensa, el chaval entra por la puerta grande en el recuerdo del valencianismo. Rodrigo y Gameiro fueron una pesadilla constante para una defensa azulgrana que no da la talla. Lenglet, por mucho que se empeñen, es un central del montón, siguen sin encontrar un sustituto para Alves y Alba parece haber llegado al final de temporada con el depósito vacío tras un año muy destacado. El gol de Gameiro, rompiendo la red en un cañonazo imparable, le redime de ese inicio de temporada en el que parecía un jubilado normando buscando casa en la Ribera Alta.

Sufrimiento feliz

La lesión de Parejo provocó un auténtico estropicio. Se quedó el Valencia sin salida porque Kondogbia, muy lejos aún de su nivel, era incapaz de imponerse. Pocas finales de verdad se ganan sin sufrir (salvo que seas el Barcelona y te enfrentes al Sevilla) y también en ese terreno había que comprobar de qué estaban hechos estos futbolistas. Se atrincheraron atrás ante un Messi desmelenado, con Piqué jugando de delantero centro y la hinchada valencianista al borde del infarto. Se salió indemne porque nadie perdió los nervios ni se dejó llevar por la precipitación del equipo pequeño. Se logró interponer ante Messi, que solo tuvo una de las suyas en una acción de fenómeno irrepetible del fútbol, un muro infranqueable. No temblaron piernas, no se regalaron apenas balones, se luchó sin cuartel y hasta se dio la oportunidad a Guedes por dos veces de finiquitar el asunto a la contra. El portugués, el más apagado de la final, no convirtió, seguramente porque estaba tan fundido como el resto de sus compañeros. Poco importó. Ganó el Valencia porque en el fútbol no gana siempre el más rico ni el que tiene a Messi. Lo mereció. Por una vez, y hay que esperar que esto se convierta en norma, el equipo estuvo a la altura de su afición. Amunt Valencia.