Corren malos tiempos para los que se frotaban las manos viendo al Valencia en la ruina, vendiendo a sus estrellas y con un equipo poco menos que para mantenerse no sin apuros, cuando no para terminar con sus huesos en Segunda B por impago. También para los que creyeron que Real Madrid y Barcelona estaban apostando muy fuerte por David Villa y el Guaje se iba a rebelar porque no quería jugar ni un partido más en un equipo tan pequeño. Incluso para los que llevan todo el verano enredando con la única esperanza de salvar sus muebles antes que los del Valencia CF. Malas noticias para unos pocos que son buenas noticias para muchos, porque el Valencia sigue vivo y tiene toda la pinta de que esta temporada va a dar mucha guerra a poco que el acierto les acompañe en las últimas y definitivas pinceladas. Seguramente será, una vez más, un milagro como los de Lourdes, porque con tanto factor de desequilibrio endógeno y exógeno hay que estar o muy loco o muy cuerdo para creer que transcurridos los próximos nueve meses el equipo estará en la Liga de Campeones. Como si aquí nada hubiera pasado y el hecho inquietante de que una extraña sociedad sea la propietaria del Valencia no fuera más que el sueño de una noche de verano. Como si a Soler y Soriano se los hubiera tragado —pero de verdad— la tierra.