Había un jugador en la grada por haberse dormido en un entrenamiento y seguramente lo tenga merecido, ahora queda resolver qué hacemos con los que se duermen en el terreno de juego, los que salen dormidos a rematar un partido que el Valencia tenía a favor como tendrá pocos y los que duermen el partido con los cambios. Claro que él no quería, digo Emery, pero los cambios en lugar de aportar energía o en su defecto tranquilidad lo que hicieron fue romper el ritmo al equipo, que pasó de un dominio lógico y abrumador en la medular a un absoluto descontrol. Resultado, el Valencia dio vida a un Sporting que estaba muerto y tiró dos puntos importantes que jamás debieron escaparse de Mestalla. Algo así como lo del jueves en Lille, pero todavía peor.

No ganar un partido que estaba prácticamente ganado desde el minuto 25, con un futbolista más y después con ventaja en el marcador, no es un hecho que deba quedarse en anécdota. Los entrenamientos comienzan a la hora en punto y los partidos terminan en el noventa y pico, cuando decida el árbitro, que a nadie se le olvide. Como dice Villa, así no se va a ninguna parte. Entre otras cosas porque nada tiene que ver lo visto en esos últimos minutos con el discurso de la ambición y la exigencia que ha hecho suyo este nuevo Valencia, de ahí que la decepción en la grada y en todo el valencianismo sea todavía mayor. Más que decepción, dolor.

Más vale que al final el Valencia no vaya a echar de menos estos puntos, los de Francia como los de Mestalla, porque al final dos puntos arriba o abajo te dejan fuera de ésto o de aquello y uno debe tener muy claro dónde no se los puede dejar.