Nadie está exento de crítica cuando la exigencia es la que es. La máxima siempre. De la selección española de baloncesto que este domingo lograba su segundo título mundial con una superioridad insultante se ha cuestionado casi todo. Empezando por la lista definitiva con que Scariolo decidió premiar a determinados jugadores que les habían llevado hasta China en aquella polémica fase de clasificación, entre los que hay que contar a Quino Colom como único representante taronja, hasta esos primeros partidos en que el equipo dejaba dudas y parecía no arrancar frente a equipos en teoría muy inferiores, por no decir de la renuncia de hombres importantes entre los que cabe destacar al mismísimo Pau Gasol. Quedaba como una simple anécdota que la selección, como quien no quiere la cosa, se iba quitando de encima un rival tras otro para mostrar lo mejor de sí misma en los partidos decisivos, los de verdad, los que determinan si un equipo está preparado para ser o no campeón. España llegaba a la final invicta y nos regalaba una final apoteósica en la que borró de la pista durante más de treinta minutos a Argentina, que apenas apareció en el último cuarto porque garra y orgullo precisamente a ellos no les falta.

Ha querido el destino que el título mundial conseguido de manera tan brillante en China coincida con la presentación en La Fonteta del nuevo Valencia Basket, que arranca una temporada llena de retos ilusionantes entre los que destaca el regreso a la gran competición europea. Ojalá ahora mismo se pudiera decir lo mismo del Valencia CF, que también se estrena en menos de 48 horas en la Champions pero aquí parece que estemos en otra cosa todavía. Se puede llegar a entender lo del Camp Nou, como decía el propio Celades que es el único que habla, pero si el Chelsea y la Liga de Campeones no son alicientes para levantar el ánimo y pasar página cuanto antes, todo lo que venga después se va a hacer muy cuesta arriba.

Más opiniones de Julián Montoro.