Albert Celades está haciendo de la necesidad virtud y el Valencia CF, a más bajas y problemas, convierte cada partido en una demostración de casta, carácter y orgullo. Es así como está enganchando cada día más a esa afición no hace mucho escéptica, hoy cada vez más entregada a la evidencia. No es solo que el equipo se lo deja todo sin condiciones, es que además en esta auténtica economía de guerra en la que está inmerso el equipo encuentra sus soluciones, sus momentos para hacer daño, para rehacerse, para tomar oxígeno. El partido del Valencia, si lo entendemos como continuidad de lo que vivimos ante el Chelsea, es para enmarcar.

Y el problema del Villarreal, posiblemente, es que nunca llegó a enterarse bien de qué iba la cosa. Cuando se esperaba un Valencia conservador y a la defensiva, salió poderoso en busca de la victoria. Cuando el submarino se hizo con el control, además de fallar el penalti decisivo, Celades le cambió el guión y el escenario. En la segunda mitad, cuando había peligro de hundimiento con el rapidísimo gol del empate, era el conjunto local el que volvía a la carga exprimiendo la batería hasta el final para llevarse la victoria. Imagino a Fernando Roig enfadado con los suyos, y con toda la razón. Todos esperábamos algo más del Villarreal que nunca llegó.