Arouna representa un caso excepcional en la Liga BBVA; se enfrenta a un dilema: si anota 18 goles, entre Liga y Copa del Rey, renovará unilateralmente con el Sevilla, a quien visita el sábado, ya que los andaluces no han querido poner la famosa ´cláusula del miedo´, y donde no es que tenga muchas ganas de volver. Su temporada de granota es increíble, tanto que se ha convertido en el objeto de deseo de media Europa —desde Andalucía se apunta en las últimas horas que el Palermo ha llamado al club sevillista para preguntar por él y unirse a la lista de pretendientes—. Lo que en el Pizjuán fueron lamentos, en el Levante son alegrías. Es el ariete de la eterna sonrisa. En Orriols es feliz.

Le costó muy poco ganarse la admiración del Ciutat, que temía que el legado de Felipe Caicedo, y su pasado con la lesiones, le hicieran mella. En su debut ante el Real Madrid empezó a sentar cátedra, y ahora sólo le faltan tres tantos para llegar a la tan repetida cifra. Quizás para no meterse más exigencia de la que ya supone estar peleando por el sueño europeo, el marfileño bromea y dice que hará 15 (Liga) + 2 (Copa) y luego se hartará de dar asistencias. O que le pongan de lateral derecho porque el ´2´ que luce en su espalda es el habitual para esa demarcación.

Fue el último en llegar el pasado verano, decidido a cambiar su estrella. El jugador de ahora tiene poco que ver con el que hace cuatro años firmó por el Sevilla como el socio de Drogba en la delantera de Costa de Marfil. Desde que aterrizara con 24 años apenas disputó un total de 34 partidos, anotando sólo un gol en competición oficial ante el Sevilla. Más maduro, más fuerte, más atlético, totalmente entregado, tenía una espina clavada y de granota se la sacó a las primeras de cambio con el 1-0 a Casillas. «Sabía que el fútbol me iba a dar otra oportunidad. En el Levante, volveré a ser el que era, pero ahora con más madurez. Pienso que puedo dar incluso más de lo que demostré en Holanda», manifestó Arouna en su puesta de largo.

«En carrera resultaba imparable. En Holanda, era un espectáculo verlo en acción», recuerdan en la secretaría técnica del Sevilla, club que lo fichó del PSV en 2007, por petición de Juande Ramos, a cambio de 12 millones de euros, el segundo fichaje más caro, tras Negredo (17), en la historia del club andaluz. Allí vivió la desgracia de pelear con dos graves lesiones: en agosto de 2008 sufrió la terrible tríada en un partido amistoso con su selección y en la primavera de 2010, estando cedido en el Hannover, su rodilla volvió a resentirse de gravedad. Incluso antes de venir a Valencia, le tocó sufrir un extraño caso de convulsiones que lo mandó al hospital.

Koné era muy querido en la Ciudad Deportiva del Sevilla, y seguro que el próximo sábado no parará de recibir visitas. Sus compañeros agradecían su bondad, su buen rollo, no exenta de alguna peculiaridad, y llamaba la atención que siempre que llegaba a las instalaciones del club con algún primo o amigo al que tenía acogido en su casa del Aljarafe sevillano, la misma que tenía repleta de camisetas de jugadores africanos como Drogba, Etoo o Vieira, a los que admira. No resultaba raro verle ataviado con la vestimenta tradicional de su país, Costa de Marfil, como tampoco lo es que cumpla a rajatabla con el Ramadán, un precepto básico en su condición de musulmán que en Valencia cumple junto a Ghezzal y El Zhar, sus socios, cada viernes.

En el Levante ha recuperado la ilusión perdida en Nervión. Una versión mejorada de aquel chaval prometedor que con 18 años emigró desde su Costa de Marfil natal hasta Bélgica, y que en su paso por Roda y PSV —con el que ganó dos Ligas— nubló la mente de Monchi, el director deportivo hispalense, que se estira de los pelos cada vez que el ´2´ es protagonista.