Ferran Giner lloró de impotencia en el palco del Calderón. El de Alboraia, un central de los de antes y ahora dirigente del Valencia, encarna todos los valores de valencianismo. Las vio de todos los colores cuando lucía el escudo en la camiseta, pero nunca, repito nunca, se arrastró por el campo. Y si hubo cerca de él, que los hubo, alguien con esa intención se quedó en el banquillo por expreso deseo de una generación de futbolistas que sabían lo que era el Valencia, porque se criaron aquí. Eso se perdió, por causas internas y externas, y estamos pagando las consecuencias.

Más intervención

No sólo Giner. Me consta que otros consejeros del Valencia, los gran reserva, estaban avergonzados. Ahora no toca, porque nos jugamos mucho, pero les emplazo a que den la cara y expliquen de una vez que el club va a la deriva si solo atiende a parámetros tecnócratas. Puede que pierdan el favor presidencial, aunque a cambio se ganarán el reconocimiento general. Llega la hora de ser valientes.

Bandera blanca

Los jugadores, esa especie de ONU que se ha inventado Braulio Vázquez, tienen esta noche la oportunidad de demostrar que al menos son profesionales. Que quieren ser de Champions. Para estar en la final, deben ganar al Betis, como previa para que Mestalla sea una auténtica caldera el jueves. Una necesidad tal como se puso el resultado en la ida.

Modestia

Emery vuelve a hacer de las suyas, y para quitarse presión anuncia a los suyos que no estará. Supongo que su manual no figurará en ninguna bibliografía de psicología deportiva. Solo le queda ser humilde y poner a los mejores. Eso todavía depende de él.

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