Me propuse no mencionar la palabra 'Centenario' hasta que no llegara el momento oportuno, y ese momento ya ha llegado. Porque ya no da miedo, ni impone, ni amedrenta, ni echa hacia atrás, sino que sirve de incentivo para que el equipo esté motivado hasta la extenuación. Mejor sería decir «hasta el último minuto». Ocho goles a favor desde el minuto 82, y cinco partidos con finales agónicos, con los precedentes de Diakhaby en Mestalla ante el Sevilla, Piccini ante el Huesca con grito de highlander, Rodrigo frente al Getafe y Gameiro en el Villamarín. El Valencia se ha enchufado y no se da por vencido, ni cuando la afición ha tirado la toalla. Algo se cuece en ese vestuario. Habrá quien opine que es suerte, flor en el trasero. Yo creo que la magia existe, y el truco es indescifrable.

Crítica

Por supuesto, no todo el mundo opina igual. Detecto en la afición dos corrientes contrapuestas, hijas de la consternación que supone no prever nunca de lo que es capaz o no su equipo. Una parte considera que lo de Marcelino es de traca, que salvó la eliminatoria de Europa. Este grupo opina que la alineación es para hacérsela mirar, la ambición brilla por su ausencia. El juego es infumable. Que se adolece de seña de identidad. Que no existe plan B y que los partidos no se leen antes del minuto 75. Que tienes que salir a por el gol, y no a especular. Que no hay nada que celebrar, que no se va a ganar nada. Que si nos coge un Chelsea o un Nápoles con ganas, ya podemos darnos por finiquitados. En resumen: les da vergüenza el juego de su equipo.

Resultadista

Hay otra corriente, menos crítica, más resultadista, en la que yo me encuentro. Empezando por el final, este deporte, o negocio, o lo que sea, consiste en que la pelotita entre. Ni más ni menos. Si entra y gana, no hay mucho que objetar, porque el resultado le da la razón al equipo. Los jugadores están a muerte con el entrenador, y eso no tiene precio. Aunque Marcelino tiene tics en relación con cambios, minutos, rutinas, es también cierto que en los últimos tiempos ha cedido bastante y está leyendo mejor los partidos. Bueno, seamos generosos: los está leyendo bien. ¿Acaso no se ha vendido históricamente desde los grandes medios que el Real Madrid siempre se caracterizó por sus últimos minutos de grandeza? ¿Que nunca se da por vencido? ¿Qué pelea hasta el final? Pues eso está haciendo el Valencia CF.

Cambios

Se critica que, ante el Krasnodar, el equipo no fue a por el partido. Pero la ocasión de Soler en el minuto 33 tira por tierra esta teoría. Que la pelota no entrara en esa ocasión fue, ciertamente, fruto del azar, porque en nueve de cada diez ocasiones habría sido gol, y nos habríamos puesto 0-1, con todo a favor. No sólo eso: consideramos que el equipo jugó bien, a pesar de la ausencia de Parejo. Una opinión contraria a la de la primera corriente. Siendo críticos, es verdad que la alineación inicial no fue la más sugerente, y dejar a Rodrigo y Gameiro en el banquillo se antojaba excesivo. Pero, del mismo modo que a Benítez los cambios le salían bien cuando en la grada nos santiguábamos sin entender nada, esto le está sucediendo a Marcelino ahora. Guedes y Gameiro se encargaron de dejarlo claro.

Gameiro

Lo del francés es digno de elogio. Recuerdo cuando las críticas arreciaban, y en esta columna mantuvimos la fe en las características y los antecedentes del jugador. Que en tan sólo tres minutos se erigiera el héroe del partido y fuera destacado como el crack indica que el jugador flota por encima de la media. Su jugada para darle el pase de la muerte a GuedesLo más destacable de la jugada de gol es la pausa, calma, tranquilidad, parsimonia, llámelo equis, con la que el jugador encara la línea de fondo, con la mente clara y la idea de dársela a Guedes diáfana. Estábamos muertos, cualquier otro jugador habría dado un pase atolondrado o desesperado a la olla. Pero él mantuvo su vuelo, como si fuera cualquier otro minuto del partido.

Guedes

El otro destacado es, lógicamente, el autor del gol. Guedes ha regresado en el momento en el que más se le necesitaba. Se ha demostrado a sí mismo que está recuperado para la práctica balompédica. Del gol se pueden destacar muchas cosas, como su posición, su desmarque, la potencia del chut por el palo corto o la celebración con la camiseta sobre el banderín de córner, a modo de conquista de tierra prometida, como en las grandes gestas de la antigüedad. Yo me quedo, sencillamente, con el amago sutil que hace justo antes de chutar, cuando intuye con un ojo en el cogote que se le echa encima un jugador del equipo ruso, y decide frenar la acción del chut inicial para que el rival pase como un tren descarrilado. Ese gesto vale oro, la entrada... y el pase.

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