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20/09/2020

La nueva realidad

El ataque del Valencia se limitó al chicharro, uno más, de Maxi. Un latigazo sin fermentación que retrató a Murillo. El uruguayo es otra cosa, y sobre todo, es carne de traspaso

Un Celta bastante menor encontró abiertas todas las puertas para desarbolar por completo al Valencia y convertirlo en un equipo menor, uno de esos que, como mucho, puede aspirar a sobrevivir en una Liga que, de momento, le queda grande. Devueltos los chicos que brillaron el otro día a su condición de promesas, por detrás no quedó casi nada. De un plumazo, parece, todos los que veían que Mestalla había recuperado una idea de fútbol van a tener que guardar los fuegos artificiales. La sensatez reclamaba algo de tiempo. La nueva realidad parece más dura incluso de lo que sospechábamos.

El pasillo central

El partido tuvo un justo vencedor. El resultado fue incluso corto. Puso el Celta mucho más fútbol y más brío a lo largo y ancho de todo lo que se jugó. Pero lo tuvo demasiado fácil. Enfrente no hubo casi nada. Desafiando la lógica del fútbol, el Valencia abandonó con alevosía su parcela central, por la que los gallegos se pasearon igual que chiquillos con zapatos nuevos. Aspas no podía creer las praderas por las que galopaba como si tuviera de nuevo veinte años. En el abandono más absoluto. Su primer gol viene precedido de un avance en línea recta por el eje del ataque de Nolito entre cuatro rivales a los que deja atrás sin despeinarse. Él, que llevaba varias temporadas sin dejar atrás a nadie. La dejadez fue de vergüenza y retrata un equipo que, además de no tener futbolistas para esa parcela, sigue sin estar trabajado. De Kondogbia algunos aún esperan que plante la bandera. De momento sólo siembra calamidades. Llamarlo pivote defensivo es una afrenta y una tomadura de pelo.

A qué juegan

No tiene el Celta, ni mucho menos, mejores futbolistas que el Levante. Pero supo jugar mejor sus cartas. Lejos de adelantarse alegremente y dejar espacios a Kang In, puso al coreano contra las cuerdas. Y sin él, su equipo se esfumó. Porque en el centro no tiene fútbol y esta vez por los costados no apareció nadie. Musah, lógico a los diecisiete, acusó el síndrome del segundo disco tras un debut estelar. Guedes dio pábulo a sus muchos críticos. Y Gayá apenas se desdobló. Sintomático de lo mal que andan las cosas es que sea el capitán, con un golpeo de balón más que deficiente, el encargado de lanzar los libres directos por su perfil. Ponerle barrera es testimonial. La conclusión fue que no vimos al portero local. El ataque del Valencia se limitó al chicharro, uno más, de Maxi. Un latigazo casi sin fermentación que retrató a Murillo y demostró que el uruguayo no es promesa ni cosa que se le parezca. Lo suyo es otra cosa. Carne de traspaso.

Los detalles

Como en el fútbol todo cuenta, perdió incluso el Valencia la ola buena cuando, tras el gol del empate, comenzó a verse en sus hombres algo más de ímpetu. Por un momento, el campo dejó de inclinarse siempre hacia el mismo lado. Llegó entonces una temeridad de Esquerdo en forma de falta sin ton ni son a un Nolito que no le marca un gol ni al arco iris. Llueve sobre mojado. La genialidad de Aspas, unida a la negligencia de Gayà, el héroe, al no pegarse al palo largo de Doménech, acabaron hundiendo a los chicos de Gracia. Que este sábado bien pareció que seguían con Celades en el banquillo.

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