Vender hasta el loro con su jaula

Javi Guerra, durante los minutos que participó en la segunda parte contra el Villarreal

Javi Guerra, durante los minutos que participó en la segunda parte contra el Villarreal / JM López

Gauden Villas

Gauden Villas

El partido ante el Villarreal recordó más a los piques entre pueblos limítrofes en categoría regional que a los duelos entre grandes acorazados europeos que veíamos en Mestalla no hace tanto. Emoción la que quieras y de vez en cuando hasta fútbol. No faltaron ni siquiera los habituales veteranos, curtidos en mil batallas comarcales, ya metidos en arrugas y cervezas, a los que el masajista del equipo tiene que embalsamar antes de cada partido para que no se les caiga una pierna o un brazo en algún choque. Que Parejo y Albiol sigan siendo titulares de un equipo que hace nada aspiraba a Champions nos da el parámetro de lo mal que está todo en Valencia y cercanías.

El Valencia sigue, con lo que tiene, jugando un fútbol más que aceptable. Parece haber navegado una pequeña crisis que coincidió con el bajón de rendimiento de sus tres becarios de ataque convertidos en directores generales, a los que el ritmo de partidos y la presión que entre todos les hemos echado encima han terminado por afectar. Pero las señas de identidad no se han perdido y cuando los de arriba han empezado a flaquear son los defensas los que han aguantado el andamiaje. Los pesimistas pueden buscar razones para echarse a las vías del metro pero la tarea de Baraja en un equipo diseñado para luchar por la permanencia está siendo impecable, coronada, por añadidura, con alegrías como el empate ante el Barcelona -los equipos ya pequeños como el Valencia deben considerar eso una hazaña porque no deja de serlo- y el repaso a un Villarreal que no descenderá porque este año eso es casi imposible hacerlo tal como están Almería y Granada.

Dentro de un club administrado por marcianos y mediocres, aumenta por momentos el valor de lo que está haciendo el entrenador del Valencia y su insólita aplicación del principio meritocrático, que en España ya solo parece imperar en el vestuario que dirige el vallisoletano. Merece un monumento quien, por ejemplo, se ha decidido por fin, después de años de torturar a la grada de Mestalla, a sentar en el banquillo a un peligro deportivo como Diakhaby en favor de un valor en alza como Mosquera, o ha conseguido convertir a Canós, más cercano en su forma de correr a un Oompa Loompa, con ese trote corto con el que no termina nunca de avanzar, que a un futbolista profesional, en un extremo más o menos útil para un grupo donde todos trabajan en favor del compañero.  

El valencianista parece tener en su nueva realidad dos opciones básicas. La primera pasa por lamentarse cada día por los tiempos de gloria que los chinos han fundido a negro. La segunda, más saludable y por la que ha optado una mayoría consistente de aficionados, consiste en poner en marcha el principio darwiniano de la adaptación al medio para, con ello, ser capaz de disfrutar de lo bien que en ocasiones son capaces de jugar estos chicos y, ya en plan malvado porque para algo somos de donde somos, venirse arriba al comparar la alineación del famélico Villarreal de esta temporada con la de hace dos años por estas fechas. Han vendido hasta el loro del salón con jaula incluida. Pobrecitos ¿Guerra o Parejo? ¿Coquelin o Pepelu? La vida también es un ejercicio de resistencia porque todos los males, incluso los de origen asiático, acaban pasando.

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