La propaganda sobre la magnífica gestión para la reanudación de las obras de Mestalla no llega a ocultar la realidad deportiva. Veinticuatro horas antes del Barça-Valencia de Copa todo era luz. Hoy, con las sombras, es preciso tomar en consideración algunas cuestiones. Miren, la fe está muy bien como herramienta necesaria en el fútbol, un ecosistema sentimental y de masas. Sin embargo, servidor, como Santo Tomás, tardó en el camino de la fe: para creer antes hay que ver.

La dura realidad

El Barça ha rematado las expectativas creadas por el márketing valencianista, la ilusión de la afición y cierto optimismo alimentado por las dudas blaugranas. Sin embargo el peor Barça sigue estando a años luz de este Valencia CF. La épica blanquinegra bien sustentada por aquellos triunfos épicos de los 90 no fue suficiente. Ni este Valencia es el de antaño ni este Barça es el de ogaño. ¿O no?

¿Hay tanta diferencia?

¿Se impuso la lógica en esta nueva derrota valencianista. ¿Son Real Madrid y Barça la montaña y Emery y su equipo Sísifo con su roca? El sindicato ´emerysta´ y algún francotirador continuan engordando las coartadas del presupuesto, la plantilla, el árbitro, el empedrado en suma. Pero lo que se avizora, de nuevo, es un fin de ciclo. El fútbol de Unai está trabajado. Con la pizarra es un crack. Sólo cabe remitirse a los primeros minutos del Barça-VCF. Sin embargo, vaya usted a saber por qué, los futbolistas luego tienen el vicio de moverse sobre el campo. Y además son humanos. Y los nuestros más. Incapaces de soldar sus neuronas en los partidos de verdad. La casuística es larga.

De psicoanálisis

Aquí no comulgamos con eso de que la distancia que separa a ambas plantillas sea una condena de por vida y esa sima futbolística infranqueable. Del equipo que luchó en el Calderón a aquel que ´inocentó´ en el Nou Camp no hay diferencias. Son los mismos tipos. Pero parecen otros. Sería objeto de psicoanálisis. Emery parece incapaz de mantener estándares regulares de motivación. Un ejemplo vivo lo tenemos en los otrora impecables Ruiz y Rami convertidos hoy en los peores enemigos de Alves. Hay más culpables, pero dejémoslo ahí.

El ´resultadismo´

La filosofía que impera en el VCF, resultadista a más no poder por obra y gracia de su presidente, otorgaría crédito todavía a Unai. Es cierto que se ha mejorado en la Copa del Rey y que, si no hacen el indio, los valencianistas repetirán la tercera plaza que garantiza la Champions. Su capacidad de trabajo es tá contrastada. Y la gestión de una plantilla que ha sido recortada sin misericordia es notable. Tal y como está el mundo del fútbol, los objetivos cumplidos u oteados desaconsejarían el cambio de técnico. Sin embargo la trayectoria de este equipo provoca un déficit emocional muy incómodo. La cadena de decepciones con la que el VCF castiga a su parroquia puede acabar con el remanente de ilusión del valencianismo. Es como si el club pretendiera condenar a la afición a la paciencia infinita. Y eso, queridos, es un error, un inmenso error. El valencianismo es generoso, pero confundirlo con el santo Job es mucho confundir.

´El chupasangres´

En ese sentido a Manuel Llorente, autobautizado como el ´chupasangres´ de entrenadores en una reciente entrevista, parece no gustarle la de su técnico. Todavía tiene tiempo para catarla. Ahora cabe centrarse en la Liga y el Sporting. Pero club y entrenador deberían comenzar a replantearse si el futuro no les irá mejor, a ambos, juntos que separados.