En poco más de un mes Simone Zaza ha demostrado tener madera de ídolo. El delantero italiano aterrizaba en València hace poco más de un mes, completamente descarrilado y con el propósito de recobrar el sentido tras una experiencia de seis meses en Inglaterra donde dio con un panorama en el que todos los elementos le dieron la espalda. Eso llegó a desquiciarlo hasta amenazar una proyección que lo había señalado como el mejor delantero de Italia. Todo, precedido de un penalti fallado en la Eurocopa que lo caricaturizó de forma cruel ante los ojos del mundo entero. Zaza pasó a ser uno de los grandes fiascos del momento. Fue empequeñeciéndose, atrapado en una espiral de pensamientos negativos. Aceptó el reto y en su equipaje, al llegar, trajo la convicción de estar dando el paso correcto para relanzar su carrera y la carga autocrítica necesaria para conseguirlo. Debutó en Villarreal, tuvo más minutos ante Las Palmas, disfrutó de su primera titularidad ante el Eibar. No conseguía convencer. Llevaba tres partidos jugados, a los diez pasaría a ser propiedad del Valencia, y apenas había esgrimido un argumento que justificara su fichaje. Tampoco ante el Betis pero la lesión de Mina le obligó a avanzar a la primera línea, donde ha logrado destaparse.

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Desde entonces Zaza ha anotado dos goles que confirman su rehabilitación y que han acabado con cualquier debate sobre su fichaje. El Valencia puede presumir de haber encontrado a ese futbolista capaz de transformar las ocasiones en puntos que tanto demandaba en los últimos meses y lo ha hecho además con un jugdor al que ha rescatado de las tinieblas. La apuesta, hasta el momento, es inmejorable. La clave la daba el propio futbolista tras la victoria ante el Madrid, donde reventó la portería de Keylor con un latigazo a la media vuelta que puso Mestalla en ebullición justo antes de dedicarle el tanto a su novia, Chiara, su confidente y su mejor ayuda en todo este tiempo: «este equipo me da confianza». Eso y su espíritu reivindicativo. Todavía no ha alcanzado su plenitud física -lleva varios meses sin competir de forma habitual- pero no le ha hecho falta. La situación, con el equipo rallando el descenso, no estaba para periodos de adaptación. Zaza, renacido, ha demostrado que tiene el valor, la energía, la brega, el punch y la personalidad suficiente para lograr un impacto decisivo en el equipo. En un tiempo casi de récord el italiano se ha convertido en indiscutible. La responsabilidad no pesa sobre sus hombros. Ni la camiseta.

Convicción y seguridad

Se ha convertido en la referencia del ataque, un futbolista determinante, capaz de echarse el equipo a la espalda, de pelear con un equipo detrás o por su propia cuenta si es necesario. Con el escudo por delante. Zaza está en todos los líos. Si hay un salto, ahí está él. Si hay que presionar, ahí está él. Si hay que bajar, ahí está él. Si hay que tumbar a Raúl García, uno de los tipos duros de la Liga, ahí está él. Si hay que morder, ahí está él.

Zaza pelea, aprieta en cada acción. Es hiperactivo, intenso y batallador. Eso ha conectado con Mestalla, un escenario que reconoce a los guerreros. Si hay futbolistas fríos, anémicos, que por sus condiciones naturales se les adivina una relación complicada con Mestalla, este es justo el caso contrario. Zaza mola, representa. Contagia a la gente. Ante el Madrid acabó rendido. «A falta de veinte minutos para el final sentía que ya no podía ayudar al equipo, he sentido mucha fatiga. Tenía un golpe en la tibia que me duele mucho pero estoy feliz», decía tras el encuentro. Su frase lo dice todo. El italiano, en un momento en el que todos en el club están de paso, ha demostrado que quiere estar aquí y que es feliz en el Valencia.