Efectivamente y como sospechaba, un 18 de marzo a las nueve de la mañana en València también encuentras runners. «Serem cuatre gats, pero val la pena» pensé cuando por fin había aparcado -no sin alguna que otra trampa previa- en un solar junto al enorme edificio blanco que hay en Benimaclet donde termina la autopista. Camino ya de Primado Reig me pareció ver a alguien con una bandera del centenario, y para cuando me aproximaba a lo que toda la vida fue el Circuito Oliag, me di cuenta de que íbamos todos al mismo sitio. Fue el primer subidón emocional de la mañana. «Joder, esto es como toda la vida, camino de Mestalla para cruzar por el semáforo de siempre...». No pude evitar emocionarme.

El Valencia CF te lleva a sitios donde no te lleva nadie, y mi mente buscaba y buscaba aquel circuito de coches que tantas veces miré de reojo antes de enfilar Blasco Ibáñez y atisbar la tribuna de Mestalla. Al llegar a la Avenida de Suecia vi cómo por todas las calles llegaban valencianistas felices y sonrientes. «Carlos, ¿estarán Murthy y Marcelino?» me pregunta alguien. «Da lo mismo, esto es para nosotros» le dije. Me miró y asintió con la cabeza, mientras, a mano izquierda la gente de la Agrupación de Peñas ya trabajaba para preparar un día largo. ¡Somos muchos! exclamé gratamente sorprendido al llegar a la plaza de la afición. Empezamos a andar sin otro propósito que llegar allí donde todo empieza y conforme avanzamos y la banda de música comenzó a tocar en la Alameda, me quedé mudo. Solo quería absorber y saborear el instante. Juan Carlos me presentó a su madre y apenas hice dos fotos con el móvil porque no quise perderme las caras de los niños, ni las conversaciones de los cuatro jubilados que caminaban eufóricos. Al doblar para la calle la Paz, un señor mayor rejuveneció 50 años cuando vio a Paquito andar junto a él. Ser testigo del cariño con que le pidió a su hija que les hiciera una foto juntos no se paga con dinero, ni ver la cara de Paquito porque se acordaran de él. Asentía con la cabeza en un gesto de gratitud sincero. En la calle San Vicente estuve a punto de derrumbarme al ver un hombre que necesitaba de un bastón para mantenerse en pie pero que con su camiseta del centenario y apoyado en la valla aplaudía con cara de niño tras ver a Kempes. «Carlos, que fas que no estàs allà davant», me dijo alguien que cantó el himno de la Comunitat con el alma. «Ací se està millor», respondí. Cuando le volví a mirar lloraba. Ahí me derrumbé.

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