Si alguno espera algo de fútbol lo siento pero va a ser que no, el centenario me tiene atrapado por un tiempo. Mi neurona preguntona sigue profundamente marcada por lo vivido el pasado lunes en la marcha cívica del valencianismo y es incapaz de salir de ahí. Anda enloquecida en un bucle de euforia, orgullo y satisfacción porque me recuerda constantemente que fue ella y nadie más quien me despertó y me obligó a madrugar aquella mañana. Ahora, por mis pecados sigo preso. Y no seré yo quien le lleve la contraria porque ciertamente aquel domingo me acosté tarde y cansado, y lo normal habría sido dormir más, pero algo me levantó de la cama como un 'walking dead' y aunque hoy intento convencerme de que fue la llamada del Valencia CF quien acudió en mi rescate desde lo más profundo de mi memoria a la manera en que un conocimiento inexplicable obliga a la tortuga recién nacida a ir hacia la playa, ella -la neurona- insiste en ser la autora de tamaña aventura y me tiene anímicamente secuestrado hasta el punto que de aquello solo recuerdo a mi mujer maldiciendo «¿pero dónde cojones vas a estas horas, no fuiste a correr ayer? ¿hoy también? Toda la vida haciendo el golfo, y ahora te crees que tienes 20 años...». Un palo de esos solo se supera si a uno le lleva la fuerza del Valencia CF -i ningú mos pot parar-, porque en cualquier otra situación lo normal habría sido meterse de nuevo en la cama aunque fuera solo unos minutos para disimular, con la esperanza de que escampara el temporal. Así que en medio de la tormenta me armé de valor y tratando de no hacer ruido -soy valiente pero no gilipollas- trinqué de un cajón olvidado la vieja bufanda y bajé las escaleras de casa más motivado que Arminio desafiando a las legiones romanas escondido en el bosque de Teutoburgo. Lo que viene siendo un flipado de la vida...

Y como por mis pecados sigo preso fruto del excelente ambiente de confraternidad vivido entre valencianistas aquella mañana, prefiero hablarles de la monja que cantaba Amunt Valencia en la 'manifa cívica', que me ha ganado para toda la vida y con la que sigo empeñado en hablar un día de estos para que el mundo sepa de su historia de amor a Cristo y al murciélago, dicho con todo el respeto del mundo. Y es el buen rollo de aquella mañana el que me empuja a recordar al hijo de Mangriñán paseando orgulloso la foto de su padre por las calles de València para no enumerar a cuantos ídolos ya caídos no se dejaron ver. Hay que actualizar lo de las lonas en Mestalla... Gracias por venir Claudio.

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