La temporada ha sido rara. Tan rara, que puede ser histórica cuando hace unos meses parecía condenada al fracaso sin remedio. Ya he dicho alguna vez que a pesar de que me encanta la historia y que a menudo me dejo llevar pensando que soy un hombre del neolítico que abandona el clan y su apacible vida en la Vall Torta -recomiendo visita al museo de Tírig, en la provincia de Castelló- para buscar aventuras más allá del gran río que no termina, en lo que respecta al Valencia CF vivo el presente. Este año cumplimos cien años y he saboreado algunos instantes mágicos que guardo en la memoria y me acompañarán de por vida, pero no me dejo llevar pensando y fabulando con los pioneros de mi equipo de fútbol. Ya no imagino cómo fue la final de Copa de 1949 con el gol de Epi a Lezama. Mi equipo de fútbol me da momentos y experiencias presentes, me da magia y felicidad, y me deja cicatrices que sanan por la fuerza de la costumbre que te enseña a levantarte después de derrapar y chocar con la pared. Y como creo que el Valencia CF es presente, y que al margen de sus pioneros y de sus leyendas, lo forman todos aquellos que lo sufren y disfrutan cada día porque todo lo que le pasa a él influye y mediatiza sus vidas cotidianas, hoy me aferro a las lagartijas. Seré sincero, confiaba cero patatero en la victoria en Sevilla y confiaba cero patatero en ganarle al Real Meseta. Y cuando digo cero patatero, es cero patatero. Con una mínima retrospectiva interna me alcanza para darme cuenta que no era más que un mecanismo defensivo por el miedo al fracaso, por temor a hacerme ilusiones, pero lo cierto es que no confiaba en ganar. Pues bien, gracias a esas victorias, cuando escribo esto es viernes y vuelvo a tener lagartijas en el estómago. Algo se mueve ahí dentro que impide que me concentre en nada que no sea el partido de Vallecas. Por eso sé que me levantaré sábado de buena mañana, y en cuanto abra los ojos pensaré «hoy juega el Valencia CF y vamos a ganar» porque no hay mejor sensación que esa, nada llena más que la perspectiva de la victoria. Cuento mi vida porque ya que estamos siendo sinceros, he de decir que con tanto empate maldito perdí las lagartijas y los partidos de mi equipo de fútbol pasaron a ser rutina, como cuando llegas a casa y sabes que lo primero que tienes que hacer es pasar por la ducha porque es norma doméstica sagrada. La 'peña runner' de mi pueblo me machaca en el grupo de washap porque habíamos quedado para correr juntos este sábado pero va a ser que no, hoy correré solo, tengo que imaginar goles de Rodrigo.

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