Parece recomendable destacar las luces entre tantas sombras. En el Valencia CF, inmerso en una crisis de juego y resultados, esta semana ha brillado con luz propia la actuación de dos de sus peloteros más en forma: Roberto Soldado y Jordi Alba. El valenciano y el catalán cogen carrerilla para convertirse en referentes del nuevo fútbol. Son triunfadores en la selección y proceden de un VCF que, pese a ser amputado cada temporada, se regenera como los rabos de las lagartijas. A otra cosa pues.

Salvar la reputación

Warren Buffet, que del éxito alguna noción tiene, asegura que se necesitan veinte años para construir una reputación y cinco minutos para arruinarla. En el Valencia, ahora que se ventila el futuro de su entrenador, reconoceremos que Unai Emery se ha labrado una notable reputación en sus cuatro años en el cargo. Unai ha conservado el nivel competitivo de la plantilla pese a los recortes, ha defendido la posición en Europa y ha aguantado el rebufo de Guardiola y Mourinho con muchos menos mimbres. Ya habrá tiempo para más hagiografía. Sin embargo, se le reprocha la incapacidad del grupo para elevar expectativas, la ausencia de patrón, las pifias, la debilidad y la depresión y el agotamiento actual.

La encrucijada

El técnico de Hondarribia está ante la gran encrucijada de su vida deportiva, nada dilatada por cierto —cosa que le asegura un buen porvenir—. Por un lado puede apretar los dientes, corregir el rumbo y reanimar a su equipo, un pelotón colapsado. De esta manera, y con la comunión de Mestalla, albergaría alguna opción de volver a cosechar la tercera plaza en la Liga y acercarse a la final de la Europa League. Llegar a Bucarest ya sería cum laude. De alcanzar estas metas, inmediatamente, debería coger el petate y marcharse. Su buena reputación le avalaría asegurándole futuros éxitos en su carrera.

Formas de irse

Por el contrario, Emery puede pensar en que su futuro una vez acabe esta temporada —que se le va a hacer muy larga— está aquí. Fabricar una burbuja a su alrededor. Pretender que el entorno, la afición especialmente sensible, obvie la situación del enfermo, que ni tiene sístole ni diástole. Encapsularse para protegerse de la realidad y negar la evidencia y las lacerantes consecuencias de un fracaso en ciernes.

Efectivamente, las sensación con Emery es que se vaticina el desastre si no es capaz de arrumbar la nave a aguas menos someras. Huele a naufragio y no veo yo a Unai como al capitán Scchettino saltando del barco. Pero sí como el valiente que se hunde con el Costa Concordia. Con tripulación incluída. Y aquí, queridos, nadie quiere eso.

La Arcadia de Unai

En la Arcadia futbolística que pretende Emery —lógicamente respaldado por la dirección del club— la afición animaría en cada encuentro, en cualquier coyuntura, el entorno llevaría en volandas a la plantilla y la prensa haría mutis. Pero, querido, esto es Valencia. Unai, tu anhelo epistolar de que aquellos que no ayuden que tampoco molesten es, poco menos, que una ingenuidad. Sobre el futuro de tus colegas, Guardiola y Mourinho, también se trastea estos días. Esta sociedad, autocombustiva e impaciente —y ahora más— no soporta el inmovilismo. Quiere que pasen cosas. Así que sólo te queda aparcar las quejas, dejar de culpar al empedrado, hacer oidos sordos al embate de la grada (todavía tímido) y tirar ´palante´. Los candidatos a tu puesto ya son sometidos a refrendo. Y tu, querido Unai, debes llevar a este equipo a la playa. Que desfilen otros. Por la reputación. La buena. La tuya.