Daniel Ricciardo ganó por primera vez en la complicada pista de Montercarlo y se desquitó del amargo sabor de boca que hace dos temporadas le privó de la victoria debido a un tremendo fallo de estrategia de RedBull. Este año, el australiano lo tenía todo de cara: partía de pole position y la peor de sus amenazas, su compañero Verstappen, salía el último. Max sigue cometiendo errores de juventud que acaban pesando demasiado en los resultados. Como con Villenueve en los 70 y 80, ahora nos gusta ver el arrojo del holandés al volante, pero a este ritmo, al igual que con el malogrado Gilles, se hace difícil pensar que alguna vez logre un campeonato. En Fórmula 1 la espectacularidad está reñida con la eficiencia y más en una pista estrecha como la de Mónaco.

De la pole a la victoria

Decía Nelson Piquet que conducir en Mónaco era como ir con la Vespa por el pasillo de casa. Aquí, adelantar se hace imposible y a medida que pasan las vueltas, todavía lo es más. La parte sucia de la pista se llena de goma y es una apuesta arriesgada meter allí el coche. Así, todo anunciaba un paseo desde la pole para Daniel, pero no lo fue. Su motor Renault perdió a falta de dos tercios del final la potencia eléctrica y el RedBull se convirtió en presa fácil para el Ferrai de Vettel. Pero ni Sebastian ni Hamilton pudieron con él. El RedBull no tiene el mejor motor, pero su agarre mecánico en un circuito ratonero hace que saque lo mejor de los neumáticos. Ferrari y Mercedes minimizaron daños y volverán a dominar en una pista de motor con la próxima: Canadá.

Los retos de RedBull

La victoria de Ricciardo en Mónaco revaloriza su caché de cara al próximo año ya que acaba contrato con RedBull en 2018. El triunfo del equipo austriaco en Mónaco, paradójicamente, le enfrenta a duros retos: su piloto estrella se mostrará más exigente en la negociación de su eventual renovación; el delfín Verstappen vuelve a pasar de estrella a estrellado y su motorista, Renault, sigue sin dar la potencia para hacerles optar al título.

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