El detalle revelador

Avanzada la primera parte, Coquelin se queda en el suelo y levanta el brazo pidiendo el cambio. Aunque el Valencia CF iba por delante en el marcador, el contexto -deprimente- y el rival -todo un Eibar- habrían hecho pensar en echar mano de Ferran Torres. El chico es uno de los muchos damnificados del temporadón de Marcelino y parecía el cambio natural. Pero no. En otro gesto heroico, puso a Piccini atrás, adelantando a Wass. En su credo hay un solo objetivo: no perder. Así que tuvimos que tragar con Piccini y volver a naufragar con Wass en el centro del campo. Igual que el director de la orquesta del Titanic, que se hundió con la orquesta tocando como si con él no fuera la cosa, aquí se aguantará el 4-4-2. El culo bien pegado a Neto y el virgencita no nos vayamos a desmadrar hasta que Lim haga la llamada y pasemos a otra cosa.

El Eibar

Un equipo salió al ataque: el local. Y otro a defender con uñas y dientes y buscar el contraataque: el Valencia, o lo que queda de él. Curiosa paradoja si pensamos que el Eibar es precisamente el Eibar y su entrenador nada menos que Mendilíbar. Pues aún y así, estos chicos de pueblecito vasco se pasaron casi todo el partido en el campo visitante probando todo tipo de maneras de hacer un gol. Luego les da para lo que les da, pero su actitud no admite mácula. Quizás por eso y a pesar de Orellana tienen a estas alturas un punto más que el Valencia. Mantuvieron además su disposición hasta el final, por mucho que, con unos centrales muy lentos, fueran desarbolados al contraataque por un Rodrigo de nuevo desequilibrante.

Este es el nivel

Igual que sucedió en Getafe, en Ipurua pudo ganar cualquiera. Desprovisto de casi todos los elementos diferenciales y condenado por su entrenador a no luchar por otra cosa, al Valencia le da para batirse el cobre con el Eibar y poco más. En el colmo de la mediocridad, el aficionado valencianista tuvo que aguantar buena parte del partido viendo a un rival construido para dar patadón y tentetieso moviendo el balón de un lado al otro como si los Ramis, Cucurella y compañía fueran el City. Las arengas en sala de prensa parecen ya un programa de humor asiático. Al final, se trata de hacer siempre lo mismo para acabar igual.

Dos delanteros

Y no será porque los chicos no lo intentan. Ayer, lo mismo Rodrigo Mina porque es ante conjuntos de este nivel -el suyo- que se mueve como pez en el agua. Aprovecharon los muchos espacios que dejaban a su espalda los caóticos mediocentros azulgranas para crear el caos a fogonazos aislados pero recurrentes. No se supo convertir cuando tocaba y por detrás nunca hubo consistencia para cobrar tres puntos absolutamente necesarios. Los delanteros fueron la espuma y debajo no había más que aire. Parejo, tan nada como todos los otros.

La manita de Gayá

Otra vez se regaló el gol. En el enésimo despropósito le tocó esta vez a Gayá, favorito de la crítica y tan intrascendente en el juego del Valencia como siempre. Incapaz de generar una sola jugada decisiva en ataque en toda la temporada, solo le faltaba sacar un brazo absurdo a paseo para confirmar la distancia que existe entre lo que dicen unos y lo que dicta la cruel realidad. Se une a los Piccini, Gabriel, Diakhaby

¿Hasta cuándo?

Aquí llevamos semanas diciendo que este proyecto está acabado. Más allá del resultado, si el propietario del club tuviese una mínima noción de fútbol habría cesado a Marcelino en el descanso. Permitir a un entrenador que, con el Valencia acariciando posiciones de descenso en el mes de diciembre, salga en Eibar a conservar la portería a cero y buscar el contraataque es una afrenta a la historia del club. Ya no tiene ningún sentido dejar pasar las jornadas sin tomar una determinación. Pronto sólo quedará rezar para que Huesca, Rayo y compañía sigan perdiéndolo todo para no sufrir demasiado en la segunda vuelta del campeonato.

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