Lo de este domingo no tuvo nada que ver con la derrota frente al Betis. Esta vez el Valencia dio la cara. Hizo más que eso. En un partido con fases y alternativas, no acabó de llevarse el gato al agua por cierta precipitación arriba y una mezcla de infortunio y torpeza atrás. Pero que nadie se lleve a engaño, este Villarreal, que supuestamente va a disputarle al Bayern el cetro europeo, las pasó canutas y bien se puede decir que tuvo como principal baluarte en su victoria esa flor infinita que acompaña a su entrenador desde que nació. En lo otro, este Valencia apocalíptico fue casi siempre mejor.

¿Por qué?

Cada cual encontrará sus razones. Dos parecen bastante obvias. Primero la aparición de Soler, que por fin dio criterio y jerarquía a una posición que llevaba vacía desde hace más de un año. Hay oficios en la vida que no se aprenden. O los traes de cuna o estás perdido. Y Soler sabe repartir juego. Se notó un mundo. Y junto a eso, y quizás más importante, la desaparición, por fin, de Kondogbia. El lastre más oneroso que arrastraba este equipo. No es casual que por primera vez la parcela central del campo no fuera un boulevard sombreado para el rival. Tampoco que, como por arte de magia, los sufrimientos para sacar el balón de atrás empezaran a mitigarse. De repente hasta parecía que el Valencia sabía jugar a fútbol. Pocas cosas le irían mejor a esta plantilla que hacerle caso al señorito Kondogbia y mandarlo en un paquete express rumbo a Chololandia.

Guedes

Por fin, el mejor fue Guedes. En realidad, el chico lo viene intentando desde que empezó la temporada, pero las cosas no siempre salen como uno quiere, tanto menos en el fútbol, campo abonado a los imponderables. Pero nadie tiene su calidad. Ni su disparo desde fuera. El golazo que marcó nos trajo aires de tiempos mejores. Da rabia que no sirviera para nada, salvo, tal vez, para traernos de nuevo a un buen Guedes en los próximos partidos.

El submarino

Mucho toquecito, no poca bicicleta innecesaria, pero al final ganó por un penalti absurdo de un Paulista que está en babia desde que se fue su amiguito Garay y un churro de Parejo que tocó en Diakhaby, que va a tapar con la pata de madera como si en su vida hubiera vista jugar al General. Ocasiones claras, aparte de esos dos regalitos ajenos, cero. Este Valencia en construcción se lo comió con patatas en largas fases del partido, que terminó con los locales colgados del larguero, simulando desmayos y pidiendo la hora. No cuesta mucho imaginar lo que habría pasado si en lugar de los dos chicos del filial en bandas, a Gracia se le hubiera ocurrido alinear armamento de largo alcance. Una oportunidad perdida de silenciar un poco el gallinero y una demostración más de que el único camino hacia el éxito es reflotar la nave con sus mejores marineros. Ni Musah, ni menos todavía Blanco, tienen el nivel exigible para intentar ganarle al Villarreal.

Esperanza

Por primera vez en esta Liga el Valencia deja un aire de solvencia, incluso en la derrota, que por cierto no aceptó resignado como otras veces. Será quizás porque por una vez puso en el campo a gente comprometida y no a piratas cojos con ganas de cambiar de barco. Tiene todavía arriba la pólvora de la que otros, como el Villarreal, carecen. Sólo falta cerrar bien atrás, por quimérico que hoy nos parezca, para acabar de apañar un equipo con el que ir haciendo camino.