La animadversión (en el sentido en desuso de la palabra: crítica y advertencia severa) hacia Unai Emery era algo que se veía venir. Dicho de otra manera, no le debería de sorprender ni tan siquiera a él. El técnico venía tocado por el final del curso pasado y a las primeras de cambio se le ha vilipendiado como si estuviera el Valencia a la estela de Villarreal o Atlético de Madrid, es decir, en puestos de descenso. Lo de ayer en Getafe no hace más que meter más leña a la hoguera, aunque lo de Emery tiene mala solución aun goleando al Real Madrid en el Bernabéu. Porque uno tiene la sensación de que al de Hondarribia le va a acompañar tal advertencia severa como en su día a Quique su cantinela. Cuando gane su Valencia, bueno, vale de acuerdo; cuando pierda, leña al mono. Para más inri, su contrato expira a final de temporada. Pero de necios es ahora pensar en repetir el camino de salida que en su día se le dio a Quique. Eso se piensa y se hace cuando toca, que en ambos casos era junio, porque lo de Emery, repito, se veía venir con sólo saber un poco como se las gasta en la última década este club y su entorno hacia/con los entrenadores de turno.

Y a sabiendas de cómo han ido pasando/cayendo uno detrás de otro los inquilinos del banquillo, va siendo hora de que miremos también un poquito hacia los jugadores y no sólo al débil de la pandilla. Y les señalemos no por lo que dicen o hacen con su vida, sino por a qué juegan. Llegados a este punto, recuerdo una frase de patio de colegio, al menos de cuando los patios de colegio eran lugar de juegos. «Aquí o jugamos todos o encalamos la pelota». Como dicen que los niños y los borrachos siempre dicen la verdad, y después de lo visto ayer no hay mejor lugar que la barra de un bar para olvidar, nenes del Valencia, aquí o jugamos todos o encalamos la pelota.