Él me entregaba en una bolsa el balón firmado por todos los jugadores, yo le llevaba siempre una botellita de vino, de lo mejor que me podía permitir. La cogía con las dos manos y te miraba con ese gesto mezcla de agradecimiento y complicidad, era como decirte 'tranquilo, que esta será a tu salud'. La suya hace tiempo que no estaba bien, ni siquiera habíamos reparado en ello tan metidos como estamos en los líos del Valencia CF, el club que amaba y durante toda una vida defendió como si fuera suyo. ¿Acaso no lo era?

Un día dejó de estar por allí y poco a poco desapareció, es ley de vida. Hace tiempo que todos nos habíamos olvidado de él, incluso los que estábamos ahí prácticamente todos los días, cuando a la ciudad deportiva se podía entrar. Los que vivimos con él mil anécdotas en los viajes, cuando los había. Pero le queríamos. Y eso que era una tumba, al poco de intentarlo te dabas cuenta de que era imposible arrancarle una revelación, una noticia. Hasta allí, hasta la tumba, se lleva todos los secretos del vestuario del Valencia CF que vieron sus ojos y escucharon sus oídos durante más de medio siglo. Ahí es nada. Al Valencia de Meriton se le mueren ya hasta los símbolos, ¿qué nos va a quedar? La pérdida de Españeta no tuvo ayer reflejo en la prensa de Singapur, a nosotros se nos queda pequeña la portada. Esa es, ni más ni menos, la gran diferencia. Lo que nos separa.