Lo siento, pero éramos pocos y parió la abuela. El otro día hablaba del nacimiento de una nueva cadena, y decía que el mundo no se paró, que los corruptos siguen a lo suyo, que los ladrones van a la oficina, y que el mar sigue estando salado. Nacía Ten. ¿Ten? Ahora les hablo de DKiss. Lo juro que hay una tele que se llama DKiss. Pura basura. No se puede matizar.

Háganse una idea conociendo sólo el nombre de los programas que conforman su parrilla. Maestros de la restauración, Vivir bailando, Una médium en mi casa, Entre pasteles, El rey de las tartas, Enterrado en mi basura. ¿A que les apetece? A mí también. Vomitar. No me entra en la cabeza que se ponga en marcha algo tan complejo como un canal de televisión para ver que lo que emite se compró de saldo en el mercadillo de los jueves de las grandes cadenas yanquis.

Son subproductos que allí degluten entre sermones de predicadores desbocados que pronuncian aleluyas intercalados con las variantes del nombre que le dan a su dios, en mañanas, tardes y noches tediosas de consumidores de televisión obesos y enfermos que desparraman su grasa tirados en el sofá, ante una mesita nauseabunda de pizzas en mal estado, latas de cerveza, y bolsas de guarrerías que te ponen el colesterol a mil. Ese es el concepto. Mierda.

DKiss ocupará un lugar muy alejado en la galaxia de mi mando, y pasaré por su estulta presencia con la nariz tapada. Eso sí, ojo. Este tipo de productos te pillan, te atraen como atrae la comida más cochina. Cuidado, que crean adicción. Contra la tentación, la dignidad. Es bueno imaginar un espejo para verte mirando esa sarta de sandeces, de programas de aluvión para consumir con la mente en blanco. Qué miedo.