Minutos finales, minutos fatales. A fuerza de repetirse la historia con tanta frecuencia, el desenlace de los encuentros del Valencia incluye como pieza obligada del repertorio, el inevitable gol en contra a última hora que cambia su signo. Este hecho ha dejado de ser algo extraordinario para convertirse en una circunstancia normal y hasta previsible. Hay aspectos del fútbol que se dominan gracias al oficio y a la experiencia, no se enseñan ni se trabajan en los entrenamientos. Así que depende del instinto del futbolista, de su capacidad para dominar la situación y salir airoso de esos instantes de tensión. Este aspecto no parece ser el punto fuerte de un equipo que en Pamplona aguantó con entereza el áspero pulso ante Osasuna, con mejor actitud que juego, para ceder la victoria en el último suspiro. Aunque el equipo de Emery salvó los muebles en su debut liguero con un meritorio arreón final y que, de nuevo, Soldado evitó la derrota sobre la campana en Mestalla ante el Athletic, una serie incomprensible de fiascos se han escenificado en la recta final de demasiados partidos. Estos tantos recibidos in extremis han contribuido a rebajar el ánimo de la afición y a sembrar el descontento. El Valencia no redondea sus actuaciones, deja un margen para la recuperación del rival de turno al que concede la gracia de la reacción. En definitiva, desconcierta a propios y extraños con sus amagos, nunca sabremos hasta dónde podría llegar si amarrara con mayor solvencia esta clase compromisos.

La madurez de Banega

Éver ha alcanzado la madurez, nos alegramos. La escenificación de su continuidad en el club de Mestalla vino a confirmar que se ha asentado a nivel personal y ha roto amarras con el pasado revoltoso. Una buena noticia. El argentino ha lavado su imagen y el Valencia también está por la labor de exaltar esta conversión, para que todo el mundo se entere. Banega tiene buena prensa, es de esos futbolistas que gustan a la mayoría de los analistas de la prensa nacional y al que nadie se atreve a criticar. Sin embargo, su juego se atasca en ocasiones con maniobras estériles y acciones individualistas que perjudican al colectivo e irritan a la grada, además de asumir riesgos innecesarios. Éver debe rectificar esa faceta de su juego, imprimirle mayor ritmo a los movimientos de balón y no abusar de su posesión. Si se aplica en esa línea progresará y será también mejor futbolista.

Doble dirección

No es cuestión de remontarse a finales de los sesenta, cuando el Levante jugó durante una temporada en Mestalla, mientras se construía su actual recinto de juego, para invocar un trato generoso por parte del Valencia hacia la entidad «granota», pero si en tiempos recientes, la sintonía entre ambas entidades ha sido celebrada como un signo de normalidad institucional, no parece de recibo poner un precio desorbitado a las localidades de los seguidores «merengots» que hubieran deseado acudir a Orriols a presenciar el choque copero de vuelta. Ni están los tiempos para desembolsar esa cantidad ni la eliminatoria ofrece margen de atracción. Aunque es cierto que no se había establecido un compromiso previo de fijar precios idénticos en ambos campos, un mínimo sentido de la proporcionalidad deja en evidencia el criterio seguido por la directiva del Levante. La célebre «germanor» debe ser siempre en doble dirección, algo que en Vila-real también han olvidado.