El runrún informativo que coloca a Unai Emery ora en el fútbol chino, ora en el Villarreal es como el puente de plata que buscaba Manuel Llorente par aliviar su peor pesadilla. Esta consiste en que los niñatos que visten de corto vacíen Mestalla, que el Levante y el Málaga —en ello están— superen al VCF en la clasificación, que su equipo no gane en casa ni en la Play y las jóvenes generaciones se hagan del Barça. Y lo que es peor —y es para hacérselo mirar— es que el coliseo valencianista se parezca cada vez más al Trinquet Pelayo, con todos mis respetos para los mayores y para mi amigo Tuzón. Esto hay que arreglarlo, aunque siga habiendo ciegos.

El errante Emery

Porque algunos bienpensantes, estómagos agradecidos, calientasillas o peajistas del oficio consideran que la derrota del Valencia CF ante el colista Zaragoza en Mestalla fue como una anomalía conceptual, como una excepción en el almanaque, como las fallas de Turís, para entendernos. Pero lo único demostrable es que Unai Emery parece el patrón del Holandés Errante, capitán de una tripulación condenada a no ver tierra ni por asomo. El pecado del vasco es haber privado a los suyos de la fiabilidad necesaria para generar un mínimo de ilusión. La convergencia de múltiples factores hacen del fútbol un fenómeno complejo. Se unen el azar —producto de las infinitas opciones técnicas del juego—, la definitiva influencia del contrario —no jugamos sólos— y el estado anímico de los jugadores.

La salud mental

La asignatura pendiente de Unai ha sido precisamente la mentalidad. De ahí lo grotesco de su aventura literaria. Un equipo reproduce el intrincado mecanismo cerebral. Requiere que la mayoría de peloteros que están sobre la cancha consigan un nivel alto de motivación. Y si el banquillo está en la misma onda, mejor. (Titulares-suplentes, otra ley del fútbol ausente en el evangelio de Emery). El buen juego necesario para el éxito precisa de la buena salud en la red neuronal de la plantilla. De tal forma que si las conexiones propician esa sinfonía virtuosa entre los futbolistas el resultado es la victoria. Verbigracia contra el hipertrofiado Athletic.

El equipo menguante

Sin embargo no hay razones deportivas para caer contra un desahuciado como el Zaragoza. Pese a los que opinan que hacen falta mejores futbolistas, no es el caso. Claro que la calidad de los fichajes coadyuva al éxito. Pero, no obstante, el ejemplo del «equipo menguante» —mengua en las segundas mitades— es un asunto de diván. Su estado ciclotímico, depresivo, sólo puede explicarse por la incapacidad de su jefe para blindar esas conexiones de forma regular. Si no es así, aquello marcha como un motor renqueante, dependiente de una chispa, como el Halcón Milenario de Han Solo que consigue eyectarse a la hipervelocidad de pura potra.

La ilusión o la nada

Igual que Raimon, «al meu país no sap ploure». El valencianismo se autogestiona como un río mediterráneo. O va seco o arrambla con todo. Es lo que hay y claro, la comparación es fácil. Por vecindad los focos se ponen sobre el Levante UD. Con jugadores de saldo y el menor presupuesto de la Liga Quico Catalán entona ´Stranger in paradise´ como Tony Bennett. Quico sería presidente versión «futbolero», paladín incómodo para Llorente —mandatario versión «cesarista»— . Los sacrificios de este VCF «bancarizado» producen beneficios ocultos pero muy poca ilusión.