Opinión

El gran objetivo del Valencia es conseguir que alguien compre el club

Canós en una acción en la que disputa el esférico con Guridi.

Canós en una acción en la que disputa el esférico con Guridi. / Edu Ripoll

Peter Lim tiene la culpa de todos los males del Valencia. Ale, los que viven del fuego más que de otra cosa ya tienen su ración de sangre; porque parece ser que aquí vamos de ese palo en este momento. Pero cuando esa sed se sacia, y tampoco sería necesario, lo que procede es analizar qué debemos hacer para cambiar las cosas y, por encima de todo, llevarlo a cabo. Que con armar follón y gritar mucho, como ya hemos visto, no lo vamos a conseguir.

Y para que Lim venda, alguien debe comprar. Y para que alguien compre, el Valencia no puede ser una jaula de grillos, por decirlo fino. No puede tener esta inseguridad jurídica y, más allá de la cotización sentimental que todos le damos y le daremos siempre, debe tener un valor societario que haga atractiva la inversión. Eso de «tú vente, que cuando lo compres ya lo arreglamos» está muy bien para andar por casa, pero si pensamos que nos lo va a aceptar alguien de fuera es que estamos mucho más perdidos de lo que se podría imaginar.

Y ahora sí, por fin, se me puede insultar sin freno. Después de decir esto: la solución a todos los males del Valencia pasa por que Lim gane dinero, en concreto el que tenga en mente a la hora de poner precio a sus acciones. Nos podemos cabrear con esta idea hasta no poder más, pero eso no va a cambiar una realidad que es palmaria y es, como ya hemos visto, inamovible. Lo que nos queda es ponerle remedio, nada más. Que son ya suficientes años como para saber cómo son las cosas.

Si no se dan las circunstancias irremediablemente necesarias, él no va a vender y, por lo tanto, nadie va a venir a comprar. Que aparecerán «figuras» es algo seguro; de hecho, alguno que otro siempre anda por ahí revoloteando, y ahora saldrán con una cosa nueva (Miguel, me entero de todo, y sin preguntar). Pero será, de nuevo y como hasta ahora, más de lo mismo. Los tiros van por otro lado. Sin convenio no habrá nada, y sin comenzar el estadio tampoco. Y para arreglar eso, como algunos llevamos años diciendo, no queda más remedio que ponerse de acuerdo y aceptar ciertas reglas del juego. Como decía mi padre, más vale perder que más perder.

Lo que se viene en las próximas semanas seguro que llega con fuerza, con mucha gente haciendo un ruido considerable, con una movilización social que será brutal. Seguro que será un éxito increíble, garantizado. Pero que, más allá de eso, no puede perder el foco de lo que realmente será la solución a nuestros males, y que no es otra que la salida de Lim… porque haya alguien que se decida a comprar sus acciones al precio que él pida.

Ya veo pocas ganas de hablar de fútbol, o ninguna. El Valencia de Baraja, el mismo que ha hecho un año por encima de toda expectativa, ahora está mal, y encima no tiene suerte. No vamos a entrar en las razones, eso ya lo sé (lesiones, mala suerte, falta de fichajes). Aunque, eso sí, espero que nadie cometa la barbaridad de ponerlos a parir si al final quedamos octavos. O novenos, porque, una vez fuera de los siete primeros, realmente da lo mismo. Aunque también es cierto que un mejor puesto nos daría más dinero de televisión para el año que viene, que toda piedra hace pared. El curso, y da igual cómo acabe, es soberbio. Ha sido un trabajo magistral, con una implicación sublime de todos, dentro y fuera del terreno de juego. No se le puede poner un pero ni aunque se quiera.

Y me gustaría terminar con dos cosas. El partido del Valencia contra el Alavés fue muy flojo. Mucho. Y el córner que da pie al 0-1 es saque de puerta. Y el gol que le anularon a Diego López por fuera de juego de Peter, después de lo que pasó el lunes en Barcelona, es para irse del campo. Mucha vergüenza.

Y Mestalla, gracias a Dios, no son las redes sociales. Se demostró, otra vez, con Jaume. Un llanto sentido, un hundimiento personal por las ganas de ayudar caídas en saco roto… y en ese momento Mestalla, que siempre sabe lo que debe hacer y, trascendiendo el hecho puntual de una simple lesión, despide a su portero con una de esas ovaciones que a uno le dejan huella porque nacen del corazón, del alma. El mejor campo del mundo. Siempre y para todo.

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