Cualquiera que haya votado a Villa antes que a Kempes como la Superleyenda del Valencia CF se habrá formado estos días la idea errónea de que los Chicago Bulls ganaron seis anillos no por Michael Jordan sino a pesar de él. Para los que tocaban de oídas, es decir, para los que estaban al día de sus hazañas pero carecían de recuerdos que desbloquear en sus mentes, el documental sobre el jugador de baloncesto más famoso de la historia, además de poner en relieve a un icono del deporte y el marketing, ha descubierto la parte menos épica y nostálgica de la mayor superestrella de todos los tiempos.

'The Last Dance' ha revelado que Jordan era un imbécil. En su acepción de cretino se trata de un adjetivo que no le diferencia sustancialmente del perfil de otros Dioses. Un retrato robot en las antípodas de lo que hoy son Nadal y Gasol. Incluso de lo que, en vista de las expectativas, tal vez algún día llegue a ser Ferran Torres. Sin embargo, la producción de Netflix y ESPN no pasará a la historia por la inusitada condición humana del ídolo sino por haber sido la fantástica serie con imágenes desclasificadas que ocupó el lugar del deporte en la televisión en los tiempos del confinamiento por Coronavirus.

El estreno estaba previsto para junio, coincidiendo con los plays-off, pero la NBA metió prisa para llenar el vacío de una competición que es la gran beneficiada de este éxito audiovisual a lo largo y ancho del mundo. El papel de Jason Hair, un especialista en documentales deportivos de solo 43 años, ha sido extraordinario. Le tachan injustamente de tendencioso, como si en vez del director de la trama su papel fuese el de juez o historiador hermenéutico. Pero pese a la presencia del propio Jordan y de su productora, Hair ha conseguido un punto de equidistancia que no es fácil para ningún entrevistador. Menos aún si al entrevistado había que bajarlo a la tierra durante un minucioso montaje en 10 capítulos de 55 minutos. Proporcionalmente Manolo Llorente, que no deja de ser otra leyenda negra, salió menos airoso con sus trasnochadas declaraciones en una entrevista mucho más corta.

Como ocurrió durante la mencionada final online de Superdeporte entre Villa y Kempes, el índice de búsquedas en Internet confirma el renacido interés por googlear sobre la NBA. El buscador le ha quitado las telarañas a Pippen, Barkley, Rodman y compañía. También a los eternos aspirantes a su trono, del malogrado Kobe Bryant a Lebron James pasando por el contemporáneo Stephen Curry, un jugador este último con mejores números pero a años luz del aura de Jordan por mucho que gane con los Warriors. Michael seguiría siendo hoy el Messi del basket y también le haría la pelota, como Maradona y con un asqueroso puro en la boca, al omnipotente jeque del Almería. Lo único es que a él se le entendería mejor, incluso para quien no sepa inglés.

Aunque no tanto como El Pelusa, de lo que tampoco hay duda es de que Michael sería hoy un tipo tóxico dentro de un vestuario. Un jugador de esos por encima del límite salarial al que o el entrenador lleva en volandas o adiós a la paraeta. Hay que ser muy bueno, así en un equipo como en cualquier empresa, con tal de que compense un estilo de liderazgo tan anticuado, cruel y degradante para los compañeros como el que proclama Jordan, de cuya boca salen perlas como la de que "voy a ridiculizar a mis compañeros hasta que lleguen al mismo nivel que yo".

En un brillante artículo publicado esta semana en The New York Times, el periodista Noam Scheiber recupera la máxima de Robert Sutton, un profesor de la Universidad de Stanford que se hinchó a vender libros con la famosa "regla de no imbécil". Según la misma, alrededor de figuras brillantes y egocéntricas como Jordan o el mismísimo Steve Jobs, el padre del Iphone en el que tal vez estés leyendo este artículo, cunden la desmoralización, la apatía y el desgobierno.

Sin Jordan los Bulls no han vuelto a ganar un anillo, si bien es cierto que el año posterior a su primera retirada, en 1993, perdieron solo dos partidos más en toda la liga regular. Se trabajó mejor en equipo y con menos estrés, pero el mundo no es un lugar perfecto ni justo en el que el esfuerzo garantice el éxito por encima del talento. Jordan, como Cristiano Ronaldo, compensaba con beneficios de cualquier orden las pérdidas de las que él mismo era causante, lo que confirma que hay veces en las que es más rentable mantener a una superestrella tóxica que a un jugador mediocre. Por eso cada vez más los entrenadores son gestores antes que estrategas, aunque Jordans hay menos de lo que los propios Jordans se creen. El gran Luis Aragonés se ventiló a Romario pero su techo en Mestalla fue el segundo puesto y aquí "el nostre senyor" no sigue siendo otro que Benítez. La historia solo recuerda a los campeones con independencia de si fueron unos imbéciles o no.