Después de diez años desorientado en las cuevas futbolísticas a nivel nacional contra toda su voluntad, respirar el aroma del ecosistema profesional sentó de manera satisfactoria al Castellón. Si su vuelta a Segunda División fue a caballo entre la épica y el sufrimiento, el primer encuentro estiró el guion de la pasada campaña. Gol en el último suspiro y estallido de alegría en todas las vertientes de un proyecto en fase de crecimiento que mantiene una base sólida. La misma que le otorgó los primeros tres puntos del curso. Una victoria que sabe a plata. Pese a que no partió desde el inicio, Óscar Cano tuvo el instinto de meter a Cubillas cuando el duelo estaba visto para sentencia. No en vano, fue la decisión más trascendental de los noventa minutos de juego. En el último saque de esquina del partido, mientras el silbato rozaba los labios de colegiado para señalar el final, el atacante remató el envío para que Lapeña marcase de cabeza. Un golpe de euforia que, por momentos, pareció inviable.

No obstante, los albinegros golpearon primero. Ortuño, al cuarto de hora, batió a Caro para poner el primero en el luminoso, pero su diana no tuvo un golpe de efecto. Los blanquiazules replicaron a los siete minutos mediante Carlos Doncel, aumentaron sus niveles de intensidad y, además, subieron el segundo al luminoso cuando los visitantes depositaron medios para no ser sometidos. No obstante, el VAR pilló una ilegalidad del goleador, una de las sensaciones de su cuadro pese a la derrota leonesa.

El regreso, de esta manera, no pudo tener mejor colofón. Además de la machada, todavía permanece la sinergia del ascenso y los nuevos pincelas buenas características. Motivos suficientes para que la afición castellonense siga soñando tras años de desgracias y frustraciones.