Distinto guion, pero empate de orgullo en La Romareda (2-2)

El Levante, desconectado al final de una primera parte que presumió de ser su punto fuerte tras lo vivido ante el Huesca, tiró de casta en la segunda para levantar un 2-0 en contra y obtener un punto contra el Zaragoza

Una lance del Zaragoza-Levante

Una lance del Zaragoza-Levante / LUD

Rafa Esteve

Rafa Esteve

Un punto, tratándose a domicilio, siempre será un beneficio considerable. Y más en La Romareda, donde, independientemente del escenario en el que habite su Zaragoza, nunca dejará de ser un campo que imponga respeto. El Levante, capaz de mostrar su mejor y peor versión en el cómputo global de los 90 minutos, lo siente de esa manera, aunque sea consciente de que nunca deja indiferente a nadie mientras demuestra que tiene capacidad para reaccionar ante los golpes.

Lo que parecía un desenlace a la primera vuelta de la competición tan agridulce como desmotivador, terminó siendo un ejercicio de orgullo que suaviza el presente y sirve para arrojar rayos de esperanza de cara al futuro. El empate de los de Javi Calleja contra el Zaragoza, gracias a los goles de Fabrício y Brugué, bien vale una demostración de que el equipo tiene alma, que, tras superar su grave y agónica crisis de resultados, difícilmente tira la toalla y que, con sus defectos y sus virtudes, se mantendrá de pie independientemente de lo que le suceda. Argumentos sobre los que creer, más allá del porcentaje, en un final de temporada feliz.

La indefinición de ambos conjuntos, aunque el Levante llegó a La Romareda asomando la cabeza después de sumar tres partidos sin conocer derrota, se palpó en un tanteo donde ninguno impuso todas las propuestas que tenían en mente. Los acercamientos, tan tímidos como inofensivos, apenas intimidaron a unos guardametas que fueron meros espectadores de lo que sucedió en el terreno de juego. En clave levantinista, ninguno de los vestidos de azulgrana probaron los guantes de Rebollo. Pablo Martínez, a centro de Álex Valle, la mandó rozando la escuadra, mientras que Sergio Lozano, a pase del ‘10’, ejecutó el mismo lanzamiento y obtuvo idéntico resultado. No en vano, el Zaragoza necesitó cinco minutos para poner el partido patas arriba. Además, en el tramo donde los golpes son más difíciles de digerir y en el que los planes cambian de forma notable. Para más inri, de manera idéntica: desde el lateral y de cabeza. Los de Julio Velázquez, sin soluciones por dentro, cambiaron su método de actuación y filtraron sus ataques por los costados. Su ventaja en el luminoso de La Romareda llegó a falta de cinco minutos del descanso, mediante un cabezazo de Mollejo a centro, desde la derecha, de Francho. Y, prácticamente sin pestañear, Maikel Mesa colocó el segundo en el descuento cuando el Levante aún estaba asimilando un gol que le dejó tocado.

Si el objetivo de Javi Calleja fue el de cambiar la imagen vista durante la segunda mitad del encuentro ante el Huesca, y sobre todo, mantener las revoluciones y el hambre de los primeros compases, su discurso no casó con lo presenciado durante la primera mitad contra el Zaragoza. Su salida del túnel de vestuarios tuvo como prioridad no dejarse llevar, ya que finalizar el año con buen sabor de boca fue prioritario para encarar el 2024 con más optimismo que en la actualidad. Obtener un resultado positivo de La Romareda, a priori, no fue una tarea sencilla, pero el equipo de Calleja, si de algo puede presumir, es de tener orgullo. De no tirar la toalla, pese a que haya vivido partidos que le desmoralizaron después de no encontrarse ni con su mejor versión ni con sus respectivas recompensas.

El Levante necesitó un estímulo. Un rayo de esperanza sobre el que escalar hacia los puntos para no desfallecer en el césped del campo del Zaragoza. Quizás no se lo esperó, pero superado el primer cuarto de hora de la segunda parte, lo encontró como si de una exhalación se tratase. Fabrício, cuyo rendimiento va en fase ascendente, convirtió un saque de esquina local en el tanto de la esperanza. El brasileño se hizo con el balón, avanzó con una velocidad vertiginosa, se plantó ante Rebollo y cruzó el esférico no solo para recortar diferencias, sino también para hacerle entender a su equipo que nada estaba perdido en La Romareda. Sin embargo, su explosividad, tal y como sucedió ante el Albacete y contra el Racing de Ferrol, le volvió a pasar factura al echarse la mano a la parte inferior de su muslo y ser sustituido después de su diana, aunque su aportación bien valió para que los suyos diesen un paso al frente.

Tanto se lo creyó, que, instantes más tarde, provocó que los desplazados a Zaragoza estallasen de la emoción al ver cómo su Levante se levantó sin tener en cuenta lo que sucedía a su alrededor. Roger Brugué, a lo mejor, no fue el esperado, pero su instinto y, sobre todo, su fe, sirvió para empatar la contienda. No está siendo la temporada del ‘7’. Su falta de protagonismo es tan reseñable como extraña al tratarse de un futbolista que marcó diferencias el curso anterior, pero, tal y como sucedió en Alcorcón, le dio a su equipo una energía positiva y enriquecedora para afrontar los minutos restantes. Un click necesario. Y más, en un contexto donde se presagió un desenlace negativo.

No obstante, el equipo de Julio Velázquez trabajó para escapar de la intranquila dinámica en la que se encuentran sumergidos. De hecho, embotellaron a los granotas, pero los de Javi Calleja cerraron filas para que, como mínimo, el resultado no tuviese variaciones en su contra. No solo el conjunto, sino también un Andrés Fernández que realizó una intervención que terminó siendo trascendental. Bermejo, mano a mano con el murciano, se topó con el guardameta, y en el rechace, el ‘13’ se hizo grande para sumar un punto que mantiene al Levante en dinámica ascendente, mientras cierra el 2023 con la esperanza de que el próximo año llegue con una alegría bajo el brazo.