No es el típico y consabido documental que trata de magnificar las virtudes del personaje en cuestión en aras a potenciar el inevitable proselitismo y tampoco nos ofrece un relato exclusivo de sus virtudes, sino que pretende ser una mirada profunda que saque a la luz pública, sobre todo, la humanidad, la humildad y el afán del Papa Francisco por reivindicar a los pobres de todo el mundo.

En este aspecto son determinantes en él tres elementos inéditos hasta su elección, es decir su condición de Jesuita, su procedencia latino-americana y su veneración por San Francisco de Asis. Por eso fue el primero que se llamó Francisco.

Se comprende el riesgo que asumió el director alemán Wim Wenders cuando se le ofreció la posibilidad de dirigir un documental sobre una figura de estas características y de esta trascendencia. Y lo mejor que podía decirse a priori sobre lo que tendría que ser esa película se hace realidad a la postre, abriéndose paso un producto interesante y que ofrecerá al auditorio muestras inequívocas de la forma de ser y de actuar de Francisco.

Wenders, que tiene en su haber títulos destacados del cine europeo de las últimas décadas, desde 'El amigo americano' a 'Cielo sobre Berlín', ha traspasado las barreras del personaje y ha acercado parte de su legado intelectual.

Con más de dos años de rodaje, significaba el cineasta, la película muestra a un hombre que vive lo que predica y que se ha ganado la confianza de gente de todos los trasfondos confesionales, culturales y sociales del mundo. Por eso, apunta, no es una película solo para católicos o cristianos y ayuda a superar ciertos prejuicios y malentendidos. El Papa, literalmente, abre sus brazos a todo el mundo. El largometraje no omite lo aspectos más polémicos y delicados de su gestión, contestando inequívocamente a temas candentes respecto a la posición de la Iglesia sobre la comunidad gay, los abusos sexuales cometidos por miembros del clero -«tolerancia cero para los pedófilos» señala—y el trágico drama de la migración.