Crítica de 'Titina': viaje al Polo Norte

La primera secuencia de ‘Titina’ es notable. Estamos en el terreno del dibujo animado. Una vieja perra, la Titina del título, tira accidentalmente al suelo una caja repleta de objetos diversos que se encontraba en lo alto de un armario. Su anciano propietario se acerca y, entre los objetos caídos, encuentra un rollo de película. Hombre y animal, ambos cansados, se sientan frente a la pantalla y proyectan la antigua película. Y se ven a ellos mismos, pero en imagen real y en blanco y negro, jóvenes y dispuestos a todo, a bordo de un dirigible. 

Lo que viene a continuación es la crónica en dibujos animados de una aventura real, la que realizaron a bordo de un dirigible el explorador noruego Roald Amundsen y el ingeniero aeronáutico italiano Umberto Nobile rumbo al Polo Norte. Nobile iba acompañado de su mascota, Titina. La imagen real y documental de la vieja película encontrada se convierte en dibujo animado, lo que permite todo tipo de licencias. De hecho, en los créditos iniciales se nos avisa de que el filme está más o menos inspirado en hechos reales. El estilo de dibujo es muy elegante, tanto en las secuencias preliminares en las ciudades, bañadas en una intensa luz primaveral, meridional o nórdica, como en los parajes del Polo Norte, donde el blanco de la nieve se confundiría con el blanco cegador del cielo si no fuera por la línea amarillenta intermedia del crepúsculo solar.