Sus primeros trabajos fueron en la tele gallega ('Maridos e mulleres', 'Pedro Casares'), pero la popularidad le llegó con la serie 'Gran Hotel', donde era el malo malísimo. Luego le vino el papel de otro 'angelito', Berlín, en 'La casa de papely su fama llegó a ser mundial. Ahora Netflix acaba de estrenar la precuela, 'Berlín', en la que su personaje se presenta como un ladrón de guante blanco y trilero del amor. Con Berlín, Pedro Alonso (Vigo, Pontevedra, 19781) comparte su debilidad por el arte y la cultura, pero el actor tiene un componente espiritual que trabaja con la meditación, que le ha permitido gestionar aquel fenómeno sin volverse loco.

'Berlín' poco tiene que ver con ‘La casa de papel’.

Es otra serie, otra galaxia. Si esto fuese el metaverso, podría haber varios 'berlines' con un ADN común, pero está en otra clave, otro tono y estilo. Y yo, que pinto mucho trabajando, a veces miro desde afuera lo que pinto y no tiene nada que ver la energía de Berlín. 

¿Y cómo ha pintado esta serie? Si 'La casa de papel' sería un 'picasso' de la época azul...

El primer mes y pico de rodaje estábamos en París, en un apartamento, y fui forrando toda la pared. Era todo mucho más colorista, con trazos más sencillos, con menos información. Luego, al rodarlo, el rango era más amplio. Tengo que darle un principio de verdad, pero hay momentos de comedia arrebatada. Más el romanticismo. Pero el tío es un manipulador y un terrorista emocional absoluto, impresentable, que cree genuinamente en la pureza del amor. Estilísticamente era muy estimulante, pero supercomplicado. 

Es más fácil ser malo de manual, ¿no?

Fácil no es nada, si quieres que tenga alma. Pero esto puede parecer más fácil, sin embargo... Nadie había previsto un viaje de tono y de estilo: cada vez es más joven, más ligero, más luminoso... En términos de trabajo creativo, cada ciclo de la serie es una serie diferente. Sin embargo, el personaje sigue teniendo chicha y dándome oportunidades. 

En 'La casa de papel' se resistían a matarlo. Aparecía en 'flash backs', culto, refinado, hedonista... Y así lo vemos en 'Berlín'. Como un ladrón a lo David Copperfield y un trilero del amor.

Absolutamente. A veces incluso me sorprendo con desde dónde sale para llegar a momentos que tienen una calidad muy hermosa. Es la paradoja del personaje, su ambivalencia, que es parte de la magia, porque no le ves venir.

Aquel Berlín era un psicópata, pero este es tóxico. El peligro sigue.

La gente tiene esta cosa de redimirlo. ¡Pero sí es un enfermo! Sin embargo, eso no quita otros valores que tenga. Por eso narrativamente es tan rico. A Berlín quieres salvarlo y te acaba de poner el pie en la cabeza (ríe).

"Mi personaje es un terrorista emocional que cree genuinamente en la pureza del amor"

Grabar en París, aunque lo parezca, no fue unas vacaciones, porque los creadores les cambian todo. Imposible relajarse.

¡Curramos como cabrones! La forma de trabajar de Álex (Pina) es preparar mucho y cuando estamos con todo al fuego, le pega un golpe y tiene cambios de rumbo radicales. 

Eso debe de ser estresante y excitante a la vez.

Sobre todo para el equipo producción. Porque de repente se le ocurre algo y puede ser un drama total. La gente vive al borde del infarto. Yo, como llevo ya años con él y a mí, me ha pedido mucho pero me ha dado mucho, le tengo mucha fe. Y luego la ficción me ha demostrado que cuando dices esto es imposible, aparece una puerta inesperada. Pero, sí, grabé en el puente en el que Marlon Brando hacía así en 'El ultimo tango en París'. Y en la calle donde rodaba Christopher Nolan en 'Origen'. De las ciudades más difíciles para rodar en todo el mundo. Y a ese nivel. Yo soy de pueblo y decía: es una fantasia total. 

¿Qué le ha aportado trabajar aquí con gente joven? 

Mi experiencia me hace que no olvide que puede venir un actor o una actriz de 9 años y llevarse la secuencia. O sea que las rentas existen hasta un punto muy limitado. No des nada por sentado. Lo que sí es cierto es que puedes tener herramientas para navegar, para pegarte pepinazos menos traumáticos, para tomarlo con más distancia... Me quedaría con una cosa que dice Berlín en la escena del champán.

Ahí es muy Berlín. Tan sádico...

(Ríe como Berlín). De vez en cuando le sale el bicharraco. Y es que busca la emoción de las primeras veces y está dispuesto a llegar a donde sea a través de lo tóxico y de la mentira para sentirlo. Mata por esto. 

Y por el amor. Su obsesión por una mujer pone en peligro el robo. Y no es el único.

Si con 'La casa de papel' Álex le robó las pelis de robos a los anglosajones, vamos a robar la mitología del amor romántico francés. Ese tópico del romanticismo más 'in' lo vamos a destruir para siempre.(ríe) 

Le hablaba del elenco joven, pero tiene al lado a Tristán Ulloa, su amigo del colegio. 

El momento de la vocación lo tuve haciendo una función con él en el colegio. Yo hacía del espantapájaros y él era el grillo y la conciencia. Hacíamos lo mismo que ahora. Pero hemos tardado 37 años en trabajar juntos. 

Habrá tenido un punto de emoción ese reencuentro. 

Era un golpe de magia total de la vida. Y luego seguir vivos profesionalmente tras tanto tiempo, sabiendo lo difícil que es este mundo.

Magia es también que canten como Romina y Al Bano 'Felicità'. 

Almina y Robano... (ríe). Yo nunca había cantado hasta 'La casa de papel'. Cuando me tocó lo del 'Bella Ciao', no soy de llamar a los guionistas, pero les dije: "Yo no canto. Os voy a hundir esta secuencia". Es que yo era una persona que no se aprendía ni el estribillo de las canciones. Pero con el 'Guantanamera', me fui un poco arriba, y cuando salió el 'Ti amo', dije: "Esa la quiero cantar, porque será la banda sonora". Esta vez hemos grabado ya en estudio. Yen el estreno cantamos en directo. 

Ya son una 'boy band'. 

¡La broma se está poniendo tremenda!

"La fama de 'La casa de papel' me pilló en un momento de trabajo personal, en un buen momento"

Usted es un hombre del Renacimiento: actúa, pinta, escribe...

Son las herramientas que uno se va creando para hacer las cosas. En ese camino hacia lo intuitivo de mi búsqueda personal, la meditación fue una gran herramienta y la pintura, otra. Es como las abuelas con los escapularios. Son mis fetiches. Una forma de canalizar por ahí, y me sienta bien. 

Y ha escrito un libro sobre una regresión que hizo: era un romano.

Sí. Y ahora acabo de dirigir una miniserie documental que ha sido un viajaco bestial por lo ancestral en México. Es la búsqueda de la conexión con esa mirada de las abuelitas, donde había un respeto por las fuerzas de la naturaleza y de la tierra.

¿La meditación le sirvió para gestionar la fama de 'La casa de papel?

A mí me pilló en un momento de mucho trabajo personal, un buen momento. Y sentí que tenía que poner distancia. Me pasé dos años diciendo: no es tan gordo. Pero llego a Bermuda y no paso por la aduana, porque no hace falta. Eso es muy loco. Debes tener atención y equilibrio para que eso no te arrolle. Y luego he diversificado mucho en mis tiempos: he tenido momentos en 'on', de exposición, pero luego desaparezco. He publicado un libro, en prensa... He hecho muchas cosas. Dentro de lo que cabe he mantenido un balance razonable. Por salud, también.

¿Qué tipo de terapia le vendría bien a Berlín?

Berlín es un tipo con unos dones increíbles. Es divertido, ágil, culto... Pero tiene una sombra del tamaño de un piano (Ríe). Tiene un ego muy grande que se lo puede comer todo.

Tarde para cambiarlo.

Lo que pasa es que vive en la ficción, que es un buen sitio para volverse loco. Y la ficción no está hecha para catecumenizar a nadie, sino para sentir. Es asqueroso, pero tiene algo que es cremita narrativa. Seguramente nos tomaríamos una copa con él, pero no dos. 

Y vigilándole.

(Ríe).