Ala Copa del Rey le habían colgado el sambenito de fenómeno prescindible. Pero como el ecosistema futbolístico nacional se mueve al dictado de los caprichos pendulares mesetarios, ahora resulta que el torneo del KO es la leche. La perseverancia del FC Barcelona en el éxito y el hecho de que el citado trofeo sea el único que los chicos de Florentino han conseguido llevarse a sus vitrinas ultimamente han hecho el resto. Así que para el madridismo rampante y sus numerosas terminales mediáticas queda restituido el honor de esta venerable competición. Lleva el Valencia CF despreciando la misma desde hace algunas temporadas. Al equipo de Unai ya se le conoce su talante mollar en los compromisos clave. No vamos a glosar ahora las recientes apostasías. Sin embargo, tanto el contexto económico, como los caprichos de los cruces eliminatorios así como la victoria ante el Sevilla no dejan a los futbolistas de Unai Emery otra opción: o llegan a la final o que no vuelvan.

La dura realidad

La Copa se convierte en una exigencia en este 2012 en el que el VCF y su presidente tecnócrata deben seguir el camino del recorte. En esta parcela la gestión parece notable. También en la faceta técnica aunque ello no obsta para señalar las zonas de sombra detectadas. Algunas de las apuestas de Braulio se han sustanciado como operaciones exitosas y junto a realidades como Rami o Ruiz también son bienvenidas jugadas como la de Guardado. La llegada del mexicano enriquece la plantilla con un pelotero de calidad y además descoloca a los alicaídos Sevilla y Villarreal.

¿Y en Paterna?

Sin embargo, junto a estos sonoros aciertos conviven fenómenos extraños como, por ejemplo, el caso del joven Barragán. Que conste que no se le reprocha al zaguero ni sacrificio ni trabajo, pero lo que no se entiende es que Emery no haya encontrado en el bancal de Paterna un futbolista para cumplir la misión encomendada al jugador de Los Palacios. Para cegar el agujero negro de la banda derecha vendrá, parece ser, el tal Van der Wiel. Una perla, se dice. Sin embargo los ejemplos de Bernat y Alcácer —ni te cedo ni te alineo— denuncian el papel accesorio con el que se ha condenado a la factoría valencianista cuando debería ser la Balsa de Caronte sobre la que franquear estos años de escasez. Uno observa como lucha el Barça contra la crisis y se le cae la mandíbula. ¿O se piensan que Montoya, Bartra, Sergi Roberto, Muniesa, Cuenca o Tello nacieron galácticos?

No nos gusta

Otra sombra del pasado reciente del club radica en la salida de su vicepresidente, insuficientemente razonada. A ojos de muchos parece la atropellada pretensión de asegurarse los pingües beneficios de un finiquito ante la incertidumbre de que un cambio en la gestión lleve al traste con el botín. Nada hay que objetar a la legitimidad de su oneroso despido desde el punto de vista legal. Sin embargo no nos gusta la estética del acuerdo. Primero porque la lacerante crisis desaconsejaba la operación. Pero también porque, en este caso, la frontera entre lo privado y lo público se vuelve demasiado tenue. El VCF es un club pseudointervenido por una entidad semipública gracias al tutelaje de la Administración. Estas evidencias deberían haber desembocado en una reflexión generosa y responsable por parte de los protagonistas del asunto. Poco tacto el del saliente y dejadez imperdonable de los que amparan el enjuague que son, por si alguien lo dudaba, el consejo valencianista.