Juan Soler acompañó a su Valencia hacia el borde del precipicio y Vicente Soriano sólo le dio el empujoncito final. Pero el Valencia, maltrecho, se levantó. Se resistió a morir, al igual que su viejo Mestalla, que así, como en la ´Cronica de una muerte anunciada´, son años que tiene certificado de defunción pero sigue abriendo cada fin de semana las puertas a sus aficionados, prestando su alfombra de hierba a los futbolistas. Pero limitar el todo a dos nombres es, según un concepto estríctamente matemático, una condición necesaria pero no suficiente para explicar el fenómeno. El peso de las dos eminencias grises de los entonces presidentes, los ´Cardenales Richelieu´ Lucas y Zorío, no fue marginal, aunque de forma diferente intentaron distanciarse cuando ya la tortilla estaba hecha. Y el silencio cómplice de la mayoría de los consejeros de esas dos etapas, que veían, sabían y comentaban lejos de los micrófonos, aunque se sintieron más cómodos bajo la luz de los reflectores y la sombra del poder, tampoco fue irrelevante. ¡Y el silencio termina siempre siendo bien recompensado!

Y más allá de los consejos rectores, el cariño y el apoyo del poder político, con todo su aparato de Consellerias, bancos y medios de comunicación, facilitó no poco el camino del Valencia hacia el abismo. Los malos de la película ya han sido identificados y neutralizados, pero la realidad es siempre más compleja que la ficción, y el Valencia todavía no está al amparo de todas las malas compañías.

Abrazo mortal

Los consejeros de los emperadores romanos instruían a sus jefes recordándoles a menudo que, para tener tranquila a la plebe, era suficiente con garantizarle panem et circenses (pan y diversión). La sociedad civil, en estos últimos dos mil años, ha evolucionado mucho más que el poder político; y esto hace que los segundos lo intenten aún, pero que los primeros ya no se conformen. Sería bueno que el poder político y sus tentáculos liberasen cuanto antes al Valencia CF de su abrazo mortal.

Cuando la liquidez brillaba por su ausencia en las arcas del Valencia, se intentó una ampliación de capital sobre base popular, sólo para recaudar fondos, no para abrir el club. A los dueños del sentimiento valencianista sólo se les pudo ofrecer pequeños descuentos en sus pases, porque el capital de control de la SAD estaba —y sigue estando— atrapado en los tentáculos del poder político-económico valenciano, a través de la bien conocida Fundación. Hubiese sido suficiente desactivar este poder de control del club para conseguir, entonces, una participación popular mucho mayor hacia la autofinanciación del Valencia, y al mismo tiempo su apertura y democratización.

Este ha de ser el camino a seguir. La base social valencianista tiene mucho más corazón y muchas más competencias futbolísticas que la oligarquía que rige los destinos del club. Y podría garantizar al Valencia CF la elección de consejos de administración y de consecuentes políticas económicas y deportivas más racionales y más eficientes que estas últimas. Y el poder político, que mucha faena tienen ahora con garantizar el pan a la plebe, tendría más tiempo para ocuparse de esta que hoy es su mayor responsabilidad. En cuanto a los circenses, que siguen mitigando nuestras penas plebeas, mejor sería que dedicasen su tiempo a lo que bien saben organizar y gestionar: las Fallas, los parques, la música, el teatro… Y que el fútbol y el Valencia CF vuelvan a manos de quienes los aman y entienden de verdad.