Una motivación

Aquellos que jugaban al buscaminas con una estrategia son los que deciden ahora las variables y los fichajes.

AJEDREZ

AJEDREZ / ONCE

Enrique Ballester

Enrique Ballester

El ajedrez es al deporte lo que el jazz es a la música. Enseñas un tablero o un saxofón y pareces más listo. Tú ves a alguien caminar por la calle con un tablero de ajedrez bajo el brazo y automáticamente tu cerebro te ordena que pienses que ese alguien es superinteligente. No hace falta que demuestre que sabe jugar bien al ajedrez. Ni siquiera hace falta que demuestre que sabe jugar, a secas. Da igual si conociste a esa persona en el colegio y era idiota integral. Con llevar el tablero de ajedrez es suficiente. ¿Cómo va a ser tonto alguien que lleva un tablero de ajedrez? Imposible. Seguro que ese alguien es superinteresante y superinteligente.

Voy a empezar a utilizar ese truco más pronto que tarde, porque de vez en cuando voy con una pelota de fútbol por la calle, después de dejar a mi hijo en clase de Dibujo, y noto que la gente me mira con expresiones que mezclan el desprecio y la pena a partes similares. Ver a un adulto con una pelota de fútbol por la calle no causa la misma impresión que lo del tablero de ajedrez. ¿Cómo va a ser interesante alguien que lleva un objeto tan básico y primitivo como una pelota de fútbol por la calle? Imposible. Alguien debería civilizarlo, quizá los servicios sociales. A mí cualquier día me echan limosna. A veces viene alguien de frente, me ve de lejos y cruza la calle.

Es posible que con esto del big data el fútbol esté pasando a las manos de aquellos que van con un tablero de ajedrez por la calle. El instituto nunca termina: este es el capítulo de la venganza de los empollones contra los populares. Aquellos que jugaban al buscaminas con una estrategia son los que deciden ahora las variables y los fichajes.

Hace poco me enteré de que el buscaminas tenía lógica en su funcionamiento. Me enteré después de haber pasado años jugando a boleo, pero con una convicción inquebrantable. Siempre perdía rápido, porque no sabía cómo se jugaba --ni sé--, pero siempre creía que podía ganar, siempre pensaba que podía salir bien. Podía intentarlo una y otra vez, sin cansarme.

Esa misma fe me hizo seguir a mi equipo durante una década esperando que las cosas salieran bien. Siempre fracasábamos, porque el ascenso nunca llegaba en esa maldita Segunda B, pero empezaba la temporada siguiente y no sólo renovábamos el carnet: también renovábamos la fe. No tenía ningún sentido, pero podíamos intentarlo, sin cansarnos, una y otra vez. Si hubiésemos atendido a la razón, hace tiempo que hubiésemos dejado el fútbol y el periodismo por el buscaminas y el ajedrez.

Los de los datos en el fútbol ya han ganado, porque todos en la élite lo emplean. Es decir, te cuentan las historias de los que ganan, pero también usan datos muchos de los que pierden. Al fútbol se la trae floja, pero los humanos necesitamos respuestas sobre por qué pasa lo que pasa. Necesitamos algo que ofrezca explicaciones para lo inexplicable, se llame análisis de datos, religiones o supersticiones.

La mayor utilidad que le veo al asunto a día de hoy es usar todo esto como motivación. Después de empatar contra el Barcelona, el futbolista del Girona David López valoró la buena temporada de su equipo recordando que la inteligencia artificial vaticinaba que iban a ser últimos en la Liga. Ojalá tengan el vestuario empapelado de fotos de tablets y ordenadores y el día que certifiquen la permanencia se encare con ellos a grito pelado: «¿Ahora qué? ¿No eras tan listo? Llama a Deep Blue que lo reviento. ¿Quién es el inteligente aquí ahora?». 

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