He aquí el futuro

Cuando marca un gol Vinicius, aunque sea el sexto de la tarde contra el Leganés, parece que acaba de salvar el mundo del desastre climático o de hallar la cura contra el cáncer. Guerra simplemente se alegra

Javi Guerra celebra su gol frente al Valladolid

Javi Guerra celebra su gol frente al Valladolid / Francisco Calabuig

Gauden Villas

Gauden Villas

Cuando marca un gol Vinicius, aunque sea el sexto de la tarde contra el Leganés, parece que acaba de salvar el mundo del desastre climático o de hallar la cura contra el cáncer. Guerra simplemente se alegra. Con un golazo de escándalo por la misma escuadra ha salvado a su club de un desastre monumental, pero que sean los demás los que chillen para celebrarlo. Abre los brazos porque alguna cosa habrá que hacer ya que nos ponemos y con la mirada busca, seguramente, a su madre. A quién, si no, si tienes veinte años. Los aspavientos, ni te cuento los bailecitos, son para los horteras, los amantes de la samba con camisa blanca y gente así.

Patrocinador aparte, estamos ante la estampa de un jugador del siglo pasado. Luce un peinado de persona decente, ajeno a la moda carcelaria de pandillero de Detroit que siguen como un solo hombre las peluquerías de la mayoría de futbolistas del planeta. Brazos, cuello, piernas, dedos y hasta cogote vienen limpios de tatuajes para mayor desconcierto de Castillejo, que pensaba que someterse una vez al mes al dictado de la aguja figura siempre como cláusula en el contrato de cualquier profesional del fútbol. Todo apunta a un muchacho con personalidad y al que pasar por el colegio ha servido para algo más que aprender a leer las instrucciones de uso de la Play Station. 

Y lo bueno no termina ahí. Mide bastante más del metro setenta habitual de los canteranos del Valencia, domina bien el juego aéreo teniendo en cuenta su edad, es veloz en su posición, se mueve bien con la pelota y, al contrario que los insoportables centrocampistas que ha propagado por todo el país la escuela del Barcelona, mira casi siempre hacia adelante. Por si todo eso no fuera suficiente, en la camiseta ha huido de la lamentable tendencia actual de ponerse nombre y apellido: se limita a J. Guerra y mantenemos la esperanza de que acabe siendo simplemente Guerra. A los buenos les basta con unas pocas letras. 

Uno se pregunta dónde estaba Guerra cuando Gattuso se quejaba de tener que jugar siempre con ‘Gulamón’ como pivote y tiene que aceptar que el accionista mayoritario del Valencia CF, el tal Lim, sigue siendo un camarada con suerte. La tuvo cuando de entre las opciones -había que escoger una- de clubes a comprar que le pusieron delante sus jefes en Pekín el más baratito fuera un grande como el Valencia. Y la sigue teniendo con la irrupción, por generación espontánea, de tipos como Guerra, que vienen a paliar y de qué manera la pobre gestión de los que tiene aquí a cargo del negocio, empeñados en acercarlo cada año un poco más a la segunda división. 

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