El peligroso acercamiento a la tierra de nadie

La dinámica de resultados está empujando al Levante a una zona neutral y sin salida

Una imagen de archivo del Levante UD

Una imagen de archivo del Levante UD

Juanma Romero

Juanma Romero

Por debajo de lo permisible. La derrota de Ipurúa significó otro nuevo batacazo para el Levante y una punzada más a un equipo que ahora mismo deambula por los campos como un boxeador al borde caer a la lona de manera inmediata.

Ni ponerse por delante en el marcador valió para activar un casillero de puntos que en noviembre se ha quedado paralizado salvo dos empates que casi nadie recuerda. El cuadro granota, entre otros datos, ha encajado ya más de 20 goles, y por primera vez en mucho tiempo presenta un saldo negativo. Una buena muestra de lo fácil que es hacer daño a un bloque que ha perdido el rigor, la intensidad y hasta el deseo, o al menos eso es lo que se percibe desde fuera. 

Todas las señales llevan a pensar que el de mañana es un partido que puede marcar el futuro inmediato de Calleja al frente del Levante. Sea dicho antes que nada, que ojalá se gane al Valladolid y que se pueda enderezar el rumbo, pero como en la antesala del duelo de Éibar, los pálpitos no son esos. La sensación que se percibe es que la confianza en el técnico ya no se tiene y el hecho de no haber ejecutado ninguna decisión en este aspecto es un tiempo perdido que quizás ya no pueda recuperarse. El varapalo ante el Racing creo que debió marcar un antes y un después.

Pese a que siempre he pensado que los análisis hay que hacerlos en frío, aquel traspié en el Ciutat fue la muestra más clara de lo desorientado que está el equipo, de la línea peligrosamente descendente que estaba tomando y de lo mucho que podía alejarse de un objetivo ilusionante, ya sea más o menos tangible o prioritario. Alargar este episodio, que solo una milagrosa reacción puede cambiar, no garantiza el éxito, pero sí el ser responsable, y esto es una obligación.

Hay que ser realistas. El Levante está cayendo de manera preocupante hacia tierra de nadie y eso, de solo pensarlo, estremece. Sinceramente, no creo que este equipo sea más flojo que algunos de los que ahora le sobrepasan en la clasificación. Hay que depurar responsabilidades. Continuar dejándose llevar por esta corriente nos puede llevar a una zona en la que la opción del ascenso sea una quimera con el consiguiente desgaste que a nivel de aficionado puede causar.

No hay que olvidar que hasta no hace demasiado tiempo el desarraigo generado entre el Levante y su gente llegó a cotas altas. La pelea por el ascenso la pasada campaña e incluso, el buen inicio de la actual, propició un aumento de fe y de apoyo. Los últimos acontecimientos han vuelto a sacar a la luz ese mal augurio, ese pálpito de negatividad y eso el Levante no puede permitírselo.

La entidad y el equipo deben tener la capacidad suficiente para levantarse ante una crisis de resultados como la actual, también frente a las innumerables lesiones sufridas, e incluso, al clamoroso perjuicio arbitral que se ha venido sufriendo durante este curso. Si para hacerlo toca hacer remiendos o apaños, es obligatorio ponerlos en marcha porque toca encontrar soluciones. No es justo ni para el propio Calleja ni para el seguidor, que el Valladolid marque un examen final. No debe ser cómodo sentirse señalado, pese a que todos sabemos como funciona el negocio del fútbol. La crítica siempre será más feroz con la inacción que con la puesta en marcha de decisiones erróneas. Veremos si la suerte está echada. 

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