Opinión | EL VIAJE DE PODEMOS

El vuelo de Ícaro

La esperanza que nos queda es que el vuelo a las alturas que ha emprendido otro partido, el ultraderechista Vox, acabe del mismo modo, con la cera de sus alas derretidas por el calor del poder

Julio Llamazares

Julio Llamazares

El poeta latino Ovidio en su Metamorfosis cuenta la historia del griego Ícaro, hijo de Dédalo, prisioneros los dos en la isla de Creta, al que su padre construye unas alas con plumas de aves para poder salir junto a él volando por el aire de una isla cuyas aguas estaban vigiladas por los soldados del rey Minos, su captor. Antes de comenzar a volar, Dédalo le advierte a su hijo que no vuele demasiado bajo, pues la brisa del mar humedecería las plumas de sus alas haciéndole caer, ni demasiado alto, pues el sol derretiría la cera con la que pegó aquéllas, con el mismo trágico resultado. Al principio el hijo obedece, pero traspasadas las islas de Samos, Delos y algunas más, embriagado por la facilidad del vuelo, empieza a ascender hasta que se aproxima al sol, cumpliéndose para su desgracia la premonición del padre y cayendo al mar.

He recordado la historia de Ícaro al conocer la noticia del paso de Podemos al Grupo Mixto del Congreso, último episodio de un deterioro que comenzó hace ya tiempo cuando, al llegar al poder, su líder Pablo Iglesias anunció la intención de su formación de “asaltar los cielos”. El deterioro interno de Podemos comenzó al mismo tiempo que el de otra formación política surgida casi a la vez pero de ideología muy diferente y cuya trayectoria fue aún más vertiginosa y efímera: Ciudadanos. Como el de Podemos, su líder, Albert Rivera, cometió el pecado de creerse un ángel y, tras ganar las elecciones en Cataluña en pleno procés independentista y estar a punto de sorpasar al Partido Popular en las generales, vio cómo la cera de su partido se derretía al acercarse al poder y se precipitaba hacia la inexistencia. En poco tiempo, Rivera e Iglesias pasaron de ser dos prometedores políticos a los que su denostada casta temía a convertirse en sendas anécdotas en la historia política española e igual ha pasado con sus formaciones. Podemos aún sobrevive, pero tras sus continuadas pérdidas y divisiones está a punto de conseguir caer también en la irrelevancia total.

Se cumplen así los pronósticos de que lo que rápido asciende rápido cae y de que, por más que lo intenten una y otra vez, los grupos a la izquierda del Partido Popular y del Partido Socialista, los dos grandes partidos sempiternos, están condenados a desintegrarse a corto o a medio plazo. Cambian los nombres de esas formaciones, pero lo que no cambia es su fugacidad. Seguramente lo que les pasa es lo que al desdichado Ícaro, cuya supervivencia dependía de volar a media altura, algo imposible en política, pues el objetivo de esta es alcanzar el poder a fin de llevar a cabo tus pretensiones. Un vuelo que comporta muchos riesgos y que termina siempre accidentadamente como la historia demuestra una y otra vez.

La esperanza que nos queda es que el vuelo a las alturas que ha emprendido otro partido, el ultraderechista Vox, acabe del mismo modo, con la cera de sus alas derretidas por el calor del poder, y la política española se calme un poco y deje las estridencencias que padecemos desde hace años los españoles por culpa de la irrupción de esos salvadores que pretenden enseñarnos a pensar. Con los partidos tradicionales y los independentistas de siempre y de nuevo cuño ya tenemos suficiente para vivir en vilo y en continua crispación. Si en algo somos expertos los españoles es en complicarlo todo y en discutir a voces y a puñetazos en lugar de hablar. Incluso cuando hablamos lo hacemos agrediéndonos, pues parece que la educación es signo de poca firmeza. No hay más que ver el Congreso.