Una existencia tranquila

Xavi durante una rueda de prensa como entrenador del FC Barcelona

Xavi durante una rueda de prensa como entrenador del FC Barcelona / EFE

Enrique Ballester

Enrique Ballester

Cada vez es más difícil disfrutar de una existencia tranquila. Por si no tuviéramos bastante con lo habitual, hace poco me siguió un representante de jugadores en Instagram. Curioseé sus stories y descubrí que uno de sus jóvenes valores se llama exactamente igual que uno de mis amigos. Con toda lógica, avisé de inmediato a mi amigo de esta inmensa desgracia porque, como todo el mundo sabe, que de repente irrumpa un futbolista con tu mismo nombre y tu mismo apellido es una de las mayores desgracias que cualquier hincha puede sufrir, y aquí volvemos a lo difícil que es disfrutar de una existencia tranquila.

Mi amigo, que responde a las iniciales J. A. y cuya identidad ocultaré para no abundar en su desdicha y de paso no influir en la carrera del chaval -que a priori aún no ha hecho nada malo-, encajó con pánico la noticia. No le hizo ninguna gracia y no le falta razón. Visualiza un futuro espantoso, con variantes terroríficas por culpa de esta presión añadida: puede ocurrir que ese tío termine jugando contra su equipo y marque un gol decisivo que valga un título o, aún peor, puede ocurrir que ese tío termine jugando en su equipo y marque en propia puerta un gol decisivo que valga un título. Si eso sucede, deberá convivir constantemente con el recuerdo fatal, triste para la eternidad, porque de uno mismo no se puede escapar.

Mi amigo tiró también enseguida de cálculo mental: si faltan tres o cuatro años para que el chaval en cuestión debute en Primera División, y si luego alarga su carrera durante unas 15 temporadas, le quedan un par de décadas de preocupación con el tema. Es decir, cuando el chaval se retire mi amigo estará ya al borde de la jubilación. Sin querer exagerar, se podría decir que ya no disfrutará del fútbol jamás.

Ya he dicho que no es fácil conseguir un poco de tranquilidad. Por si no tuviera suficiente con lo ya explicado, mi amigo, por motivos laborales, debe estar al tanto de las ruedas de prensa de los entrenadores. De nuevo tiró de cálculo mental: si faltan por jugar 15 jornadas de Liga y a poco bien que le vaya en Champions, y entre previas y pospartidos, le quedan unas 40 ruedas de prensa de Xavi. Y no se lo desea a su peor enemigo. Ni siquiera a ese chaval con su mismo nombre y apellido.

Debo apuntar que mi amigo comete aquí un error habitual: buscar coherencia en el fútbol profesional. Yo tengo una cierta ventaja al respecto. Sé cómo tratar e interpretar a esta gente porque he salido mucho de noche entre semana. He gestionado muchas conversaciones inconexas, he aceptado que te digan una cosa y al minuto siguiente otra, sin inmutarse y como si nada. He aprendido que a menudo la gente para salvarse dice lo que sea, porque sí, y después amolda el discurso a posteriori, una vez determinado el resultado, y le funciona. Esto es algo que en el fútbol pasa constantemente, pero, por lo que sea, somos esclavos de la lógica y no terminamos de acostumbrarnos. Seguimos tomándoles en serio.  

Esta capacidad desarrollada durante años me permite ahora ver las ruedas de prensa de Xavi y no perder la cabeza por ello. Una vez más, haber hecho lo que no debería haber hecho -aquello de salir los martes a deshoras- me reporta un beneficio inesperado.

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