Mestalla y la lectura de la jugada

Hemos aprendido y asumido lo suficiente en estos tres lustros para que al menos se abra el debate de la idoneidad de un traslado

Mestalla

Mestalla

Vicent Chilet

Vicent Chilet

En el fútbol, la comprensión de una época es tan importante como la lectura de un partido. En 2004, el momento deportivo, económico y social del Valencia propiciaban que la idea de un cambio de estadio pudiese parecer hasta lógica, a la medida de una ambición desmedida, pero con ciertos visos de realismo. Entre títulos, finales y tanta felicidad, una especie de enajenación eufórica transitoria, bien urdida desde las élites, arrasó con todo. Éramos jóvenes y ricos y no hubo debate sobre la sostenibilidad de dicha inversión, ni sobre los síntomas de agotamiento de nuevos recintos periféricos y con gradas abiertas heredado de Italia 90, y que habían desnaturalizado a clubes como la Real Sociedad. Tampoco se discutió sobre la conveniencia de demoler un estadio céntrico, cargado de historia, en el que cada anillo verticalizado era un nivel añadido del infierno de Dante, porque priorizábamos empequeñecer a los rivales a estar cómodos. 

Por mucho que la presentación de la maqueta desprendiese una ostentación ocre y ridícula que solo te puede abocar a la melancolía, por mucho que al valencianista medio le pareciera secundaria la aspiración de ser la sede de la final de Champions de 2009, en aquel vibrante Valencia CF y aquella expansiva ciudad Valencia, el proyecto del Nou Mestalla tenía una coartada. Una serie de pretextos en el que cabían desde las vanidades impuestas a nuestra propia inocencia. Con la metáfora rotunda de la derrota colectiva de los 15 años exactos que lleva varado el Nasciturus de Corts Valencianes, esta vez no podemos alegar ingenuidad ante la Historia. 

Hemos aprendido y asumido lo suficiente en estos tres lustros para que al menos se abra el debate de la idoneidad de un traslado. Hay momentos para recitar poesías y hay momentos para boxear, afirmaba Roberto Bolaño. El Valencia de 2004 invitaba a la aventura, al riesgo de lo desconocido. El Valencia de 2024 exhorta a resistir bajo el refugio de pocas pero grandes certezas: Mestalla. Un Mestalla lleno en cada partido que ha recuperado su factor intimidatorio. Un estadio admirado internacionalmente por su singularidad, por su carácter urbano y que puede soportar en un coste menor al que queda por ejecutar en Benicalap una remodelación que lo adapte a los cánones modernos. Se parte de una falsedad a la hora de sentenciar la inviabilidad futura del actual Mestalla. No es lo mismo que sea un recinto antiguo, que ser una estructura sin el mínimo mantenimiento estético y de salubridad. No es lo mismo ser viejo que estar abandonado.

La lectura de la jugada en 2004 era la de un Valencia que asaltaba la gloria y que se veía capaz de comerse el mundo en una ciudad de los prodigios. Ni con esas bases estables y ese optimismo general se pudo esquivar el golpe con el iceberg. La lectura de la jugada en 2024 nos enseña un entorno en el que los clubes vuelven al centro de las ciudades, remodelan estadios y consultan a los aficionados (en Old Trafford, hoy mismo). La lectura de la jugada, añado, nos muestra a un club jibarizado en la imposibilidad de generar tesorería, sostenido por el orgullo de sus chavales en el césped, pero sin capacidad para dar un gran e incierto salto con la recompensa de albergar algunos partidos del Mundial de 2030. La lectura de la jugada nos vuelve a Mestalla.

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