Opinión

Metralla

La basura espacial y la mental se parecen en que ambas flotan en un universo sin bordes aparentes liberando brillos semejantes a los de los astros verdaderos. El cerebro ocupa un espacio pequeño, pero la mente es un lugar sin atmósfera en el que las ideas o los recuerdos van y vienen impulsados no se sabe muy bien por qué, puesto que en el espacio intelectual no hay brisa. Llevo tres días recitando para mis adentros la letra de una canción popular, de un bolero para ser más exactos, con el que soñé la semana pasada. Gira, en fin, en torno a una órbita cuyo centro me resulta invisible. En algún momento, espero, una fuerza lo atraerá hacia otra órbita y desaparecerá, momentáneamente al menos, de mi vida.

Basura mental, esa cancioncilla es basura mental. Muchas de las noticias que leo en el periódico o que escucho por la radio y la tele no me conciernen, pero una vez que ingresan en mi atmósfera se niegan a abandonarla. La familia real británica me importa un pimiento. Sus peripecias, sin embargo, tienen la facilidad de instalarse en las galaxias de mi mundo con más facilidad que el pensamiento aristotélico. Preferiría pensar más en Aristóteles que

, pero no siempre lo consigo. Durante los minutos que preceden al sueño es cuando más visibles se hacen estos objetos voladores que turban mi descanso. Sin que yo haga nada por provocarlos, acuden a mi memoria jugadores de fútbol o de tenis cuya trayectoria ni me interesa ni sigo y que sin embargo alguien lanzó a mi espacio psíquico como el que lanza un cohete desde Cabo Cañaveral.

La basura mental no siempre es ajena. Con frecuencia la he producido yo mismo en el pasado y viene ahora a llenarme de miedo y de remordimientos. De miedo, porque no me reconozco en esos actos y de remordimientos porque no dejo de reconocerme en ellos. Soy yo y no soy yo a la vez. Mi mente es mía, pero también el resultado de una alteridad que la educación ha implantado en mi biografía. Para huir de estos pensamientos turbadores, imagino un viaje espacial de verdad: me veo yendo a la Luna, por ejemplo, pero tarde o temprano, antes de alcanzarla, me sale al paso un pedazo de acero de un viejo satélite o un trozo de metralla de una idea antigua.