Opinión | ARENAS MOVEDIZAS

Un metaverso en el interior de la M-30

El interior de la M-30 es a España lo que el metaverso al mundo físico. Lo que ocurre de esa circunvalación de Madrid hacia adentro equivale a un universo de la postrealidad donde todo se amplifica, a menudo se distorsiona y emana un clima de asfixia, desasosiego o euforia que se diluye conforme nos vamos alejando de esa carretera

Turistas toman fotografías en la Puerta del Sol de Madrid, en una imagen del 29 de abril.

Turistas toman fotografías en la Puerta del Sol de Madrid, en una imagen del 29 de abril. / Bernat Armangue / AP

Las principales compañías de redes sociales, las que acumulan millones de usuarios en todo el mundo y han pasado de mundo virtual y paralelo a la cotidianidad de nuestra vida diaria ­—es decir, no son el mundo físico, pero sí son el mundo real—, disponen de departamentos destinados a filtrar el contenido no recomendable. Equipos de trabajadores más o menos cualificados se aprestan durante las 24 horas del día, de lunes a domingo y todos los meses del año, a eliminar todos aquellos elementos inconvenientes a fin de no convertir las redes en una ciénaga de odio, asesinatos en directo, exaltación del terrorismo, pornografía infantil y, en general, todo tipo de delitos, de los más laxos del Código Penal hasta los que exponen al mundo una violencia insoportable.

La mayor parte de esas plataformas cuentan a su vez con equipos de psicólogos para atender a dichos trabajadores, cuya labor consiste en visionar la cara más atroz del ser humano. No lo logran del todo, y parte de ese contenido acaba en nuestros teléfonos móviles, por lo que una parte importante de los usuarios de esas redes sociales y de los empleados encargados de impedir que se emita un asesinato en directo acaba convencida de que el planeta es un lugar cada vez más irrespirable y peligroso en el sentido menos ecológico de ambas palabras. Para ellos, la Tierra ha iniciado ya la cuenta atrás hacia su autodestrucción de un modo irreversible.

El interior de la M-30, ese espacio político y sociológico del que tanto se viene hablando en los últimos meses, es a nuestro país lo que el metaverso al mundo físico. Lo que ocurre de esa circunvalación de Madrid hacia adentro equivale a un universo de la postrealidad donde todo se amplifica, a menudo se distorsiona y del que parece emanar un clima de asfixia y desasosiego que se diluye conforme nos vamos alejando de esa carretera. Lo mismo cuando se trata de lo contrario: los momentos de euforia y alegría incontenible se viven en los 42 kilómetros cuadrados del interior madrileño de la M-30 con la sensación de equivalencia en los 562 kilómetros cuadrados restantes de que consta la superficie de la capital de España. No digamos respecto a los 506.000 sobre los que se extiende el conjunto del país. A diferencia de Las Vegas, lo que ocurre en el interior de la M-30 no se queda en los adentros de la circunvalación, sino que se da por hecho que afecta con la misma intensidad al resto de la población española, a la que no se imagina del todo en sus cosas, con sus propios problemas o satisfacciones territoriales, sino inmersa y profundamente afectada de lo que se cuece en los barrios de Salamanca, Chamberí, Centro, Chamartín, Tetuán, Retiro y Arganzuela.

Es obvio pensar que no puede haber otro clima distinto cuando todas las instituciones de los tres poderes del Estado y la sede de los grandes medios de comunicación —también de esos tan pequeños cuya proyección social tiene un sorprendente eco inversamente proporcional a su número de lectores— se ubican en lo que representa menos del 10% de la superficie de la capital. En el interior de la M-30 se da una distancia psicológica y emocional respecto a ese más allá que se presume existe en el borde exterior de esa circunvalación de 32,5 kilómetros de longitud, cuyo radio medio se sitúa a cinco kilómetros de la Puerta del Sol. Tanto es así que a los trenes que parten del centro en dirección al área metropolitana, incluidos algunos de los barrios capitalinos, se les llama ‘Cercanías’, es decir, Villaverde o Aluche están cerca, pero lo que allí ocurre ya corresponde a otra jurisdicción imaginaria, a una dimensión diferente frente al día a día de Chamberí, Salamanca o los Austrias.

El interior de la M-30 es ese equipo de trabajadores de redes sociales que acaba pensando que todo ese contenido que les abruma es el hábito y no la excepción, lo mismo que muchos usuarios que se imbrican de ese clima tóxico y de polarización permanente acaban con la sensación de que en el último rincón de España predominan con igual intensidad los mismos debates, las mismas preocupaciones, las camarillas, las intrigas, las guerras intestinas e idénticas miserias que las originadas sobre muchas moquetas y oficinas de la Villa y Corte. Y es verdad que en muchas partes de España se entiende la actualidad como en el interior de la M-30, de modo que hay muchas capas de la sociedad española que habitan emocionalmente en ese interior sin tan siquiera vivir en Madrid. Nunca una carretera que comienza y acaba en la misma ciudad había vertebrado tanto un país entero. Para bien y para mal.