Opinión

El sentimiento inmortal

El valencianismo resiste, con llanto de dolor, ante el desdén de la falsedad y la indiferencia

Imagen de la manifestación fuera de Mestalla durante el Valenica - Girona

Imagen de la manifestación fuera de Mestalla durante el Valenica - Girona / Eduardo Ripoll

Fue curioso ver salir del estadio a algún conocido culé al que le habían regalado entradas en la escuela de fútbol de su hijo y que pisaba Mestalla por primera vez tras muchos años. Su sonrisa era inocente, cándida, como si acabara de salir de un parque de atracciones, ajeno a que se acababan de producir cargas policiales a su espalda. La distancia respecto a un drama siempre te hace ver las cosas con calma, aunque tengas los huevos del caballo policial a cinco metros de tu cogote. 

El genial Carlos Egea tuitea con el alma, cuando todo parece perdido, como la falta que marca Pedja bajo la lluvia en la final de Copa del Bernabéu: «regalamos el club, espero que no regalemos el sentimiento». El domingo, tuve la oportunidad de poner el micrófono de À Punt a muchas personas, durante tres horas de protesta. Algunas expresaban el discurso preconcebido, pero hubo alguien que se encaramó a mi brazo para hablar desde su corazón en llamas, llorando de impotencia. Desconozco su nombre. Hablaba con un valenciano de tradición familiar, defendía algo sagrado en su vida. No llegué a pedir paso porque Sorloth decidió marcar dos goles en ese preciso instante, pero no olvidaré jamás a ese valencianista de corazón. Desapareció entre la multitud.

El sentimiento. Una reflexión que va mucho más allá del fútbol. Vivimos en la era de la superficialidad en nuestras relaciones. Todo es líquido, de usar y tirar. En ese contexto, el valencianismo resiste, con llanto de dolor, ante el desdén de la falsedad y la indiferencia de quien ejerce como su amo. Uno nunca sabe dónde está el camino de la dignidad en la vida. Desde pequeños, se lo tratamos de explicar a nuestros hijos. Como periodista, me limito a describir. Pero si sé que, en el corazón del hombre que se me encaramó al brazo, latía el alma de un gigante, guardián de un sentimiento inmortal.

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