En el fútbol como en cualquier otro ámbito de la vida, las primeras impresiones pueden llevar a engaño. El caso de Joao Pereira es el mejor ejemplo. Provocador, temperamental y pendenciero, pero también inconformista, apasionado, corajudo e intenso. Un rebelde con causa. Un jugador que estuvo en lo más alto, tropezó tras dar un salto mal calculado y volvió a levantarse para escalar hasta la cima, ganándose cada centímetro de esa ascensión con determinación y trabajo.

La historia de Pereira es la de un chico al que la fama castigó de manera prematura y que fue capaz de recuperar a pulso una carrera de éxito hasta convertirse en lo que es hoy: Un lateral derecho competitivo y moderno, ideal para un equipo ambicioso y obligado a ganar siempre. Mucho más que el típico defensor cumplidor y aseadito, un carrilero total, tan potente, penetrante y vivo como mesurado, capaz de generar desequilibrio donde el rival no lo espera por recorrido y profundidad. Con 28 años, le llega la oportunidad de vestir la camiseta de un equipo importante fuera de Portugal. Un sueño hecho realidad que parecía inminente cuando fue lanzado como estrella del futuro en el Benfica y que se ha demorado de manera juiciosa en el tiempo hasta dar con un Pereira maduro, responsable y contrastado como figura.

Pereira forjó su personalidad en el Barrio de Meia Laranja, en Casal Ventoso, un distrito que hasta hace poco tiempo era una de las zonas más degradadas y escalofriantes de Lisboa. Un suburbio de favelas a la europea, construido sobre una de las laderas que mira al río Tajo. En el colegio siempre se le consideró un elemento subversivo, aunque el carácter de ese tiempo ya sólo aflora cuando pierde. Se inició en el Desportivo Domingos Sávio, un club modesto asociado al Centro Juvenil das Oficinas de São José, lugar dedicado a la enseñanza, la religión y las actividades deportivas, de donde también salió Ricardo Quaresma. A los ocho años se incorporó a las categorías inferiores del Benfica. Su ascensión fue meteórica. Su debut con el primer equipo se produjo en 2003 siendo entrenador de los encarnados José Antonio Camacho, que habitualmente lo utilizaba como extremo derecho, incluso llegó a formar en la banda derecha con Miguel en aquella época. Dos goles al Paços de Ferreira lanzaron su nombre a los grandes titulares y a las portadas. Con el técnico español conquistó la Taça de Portugal y comenzó su reconversión como lateral. Con Giovanni Trapattoni fue campeón de liga. En el Benfica tuvo oportunidades suficientes, pero no las supo aprovechar. Vivía con la cabeza en la luna, se creía mucho más importante de lo que realmente era. Ronald Koeman liquidó su protagonismo y llegó a mandarlo de vuelta al equipo filial. Tras un semestre marginado por el neerlandés, el jugador solicitó marcharse cedido de motu proprio. Una temporada después, ya con Fernando Santos en el banquillo de La Luz, Pereira fue cortado.

El salto personal y profesional

Pereira firmó por el Gil Vicente con la idea de tener minutos en Primera, pero el ´Caso Mateus´ llevó a la entidad de Barcelos a Segunda por corrupción. El cambio supuso un choque terrible, tanto en lo personal como en lo profesional. Con 22 años paso de defender los colores de la institución más grande de Portugal y residir en la capital a establecerse en una localidad de 20.000 habitantes y jugar en un modesto estadio de 12.000 espectadores.

Los inicios en el Gil Vicente fueron difíciles. Fue como hacer el servicio militar. Sin embargo, aprender a manejarse fuera de casa fue muy bueno para él. Le sirvió para poner los pies en el suelo, para darse cuenta de que el mundo no era de color rosa. Ya sin conexión con el Benfica, desterrado en un club modesto, Joao Pereira tuvo que crecer y creció con más fuerza que nunca. El esperado estirón se dejó sentir en su personalidad y su fútbol. Así lo reconoció entonces Ulisses Morais en una entrevista a Maisfutebol: «Joao Pereira es un ejemplo para todos. Es un ejemplo que debe contarse en un libro. El lateral trabajó muy duro para superar esa imagen de rebelde sin causa que siempre le había perseguido. «Hablábamos continuamente y siempre aceptó todo lo bueno que le intenté transmitir. Es uno de los mejores profesionales con los que he trabajado», aseguró el entrenador que lo supo domar y reconducir en el Gil Vicente. En Barcelos relanzó su carrera en un año y medio vértigo. Era un club modesto, Pereira nunca perdió la confianza en sus posibilidades, consciente de que alguien terminaría apostando por su fútbol. Ese alguien fue del Braga, donde llegó a ser capitán. Después llegaría el salto al Sporting, el regreso a un grande y una explosión definitiva que le han servido para confirmarse como internacional.

El joven del truculento Casal Ventoso creció y maduró. Sus palabras en Maisfutebol tras volver a la Selección con Paulo Bento lo dejan claro: «Mi conciencia está limpia y tranquila». Lo importante no es llegar primero, si no saber llegar.