Ubicada a 80 kilómetros de La Meca, el lugar sagrado para los musulmanes, la localidad de Jedda es el punto clave para los peregrinos que acuden anualmente a la ciudad donde nació el profeta y el islam. Jedda dispone del aeropuerto más cercano y, aunque no es muy grande, es donde llegan todos los religiosos que practican el hajj (la peregrinación anual). A La Meca solo se puede acceder si eres musulmán. Los practicantes de otras religiones ven cómo se le corta el paso a 10 kilómetros de la llegada a la ciudad ubicada en un valle en medio del desierto. El otro gran atractivo turístico es el Mar Rojo, un centro ideal para los amantes del buceo. La religión y el mar son los dos aspectos que han convertido a Jedda en la segunda ciudad más grande del país, con 3,5 millones de habitantes.

A parte de esto, pocos atractivos más parecen emergir en esta ciudad que ahora alberga la Supercopa de España. Calles que son autopistas cruzan la ciudad sin que el peatón tenga ninguna consideración. Apenas hay aceras y las que hay se convierten en una carrera de obstáculos: Coches aparcados, obras, escaleras, basuras€ El resultado es que pocos pasen por las amplias calles donde el coche es el amo y señor. El conductor saudí no tiene fama por su destreza al volante, en gran parte por vivir pendiente del móvil.

Sí que la ciudad cuenta con un zoco del que os contaremos en próximos artículos pero a primera vista, Jedda no es Las Vegas. El alcohol no está permitido en todo el país y dicen que hay expatriados que, clandestinamente, se fabrican ellos mismo la cerveza. El juego también está prohibido y la principal diversión se encuentra en las playas, ubicadas al norte de la ciudad. Las hay de hombres, las hay de mujeres y las hay mixtas. Son playas privadas donde el acceso está controlado como si de un fortín se tratara. Nos cuentan mujeres occidentales que han ido que son impresionantes por las medidas de seguridad que hay. Las mujeres se pueden bañar en bikini en las mixtas por lo que las cámaras son tan peligrosas como una escopeta. Un guardia de seguridad controla el móvil de los clientes cada vez que suena para que nadie tome fotografías. "Luego, reservan alguna de las habitaciones que hay en la misma playa, tipo chill out, para relajarse en compañía", cuenta picarona.