El Valencia dejó atrás el estado de alarma en el que se había instalado tras el confinamiento con un triunfo ante Osasuna para el que le bastó con la inesperada efervescencia de Guedes y el buen pie con el que ha regresado Rodrigo, posiblemente el futbolista más determinante en estos primeros partidos. Con un despliegue muy similar al del arranque en el Di Stéfano pero contra un rival con flojera, tierno y desengrasado, el equipo de Celades cumplió el expediente sin necesidad de desplegar un juego coral ni hacer nada del otro mundo. Fue suficiente con estar muy serio y contundente en las áreas y hurgar en la herida de un adversario abierto en canal. Tan aplastante fue el nivel de acierto en el bando local y de colapso en el visitante que el primer tramo, a la postre el definitivo, estuvo marcado por dos goles en media hora y otro nuevamente anulado con pinzas. La situación en la clasificación es igual de preocupante, pero con 24 puntos en juego continúa habiendo tiempo para todo. Estos tres, eso sí, eran mortales de necesidad para bajarle el volumen a las sirenas y no despedirse todavía de nada. A pesar de los altibajos, es una constante toda la temporada mantener, aunque sea con una señal débil, la cobertura con Europa.

Con permiso de Rodrigo, el otro gran protagonista, individualmente Guedes reclamó los focos para él con una acción insuperable que parecía descatalogada de su repertorio. Casi nadie, tal vez a excepción de un Celades que volvió a ponerlo de inicio, esperaba que a estas alturas irrumpiera de esa manera. Ahí es nada: fue su primer gol en LaLiga desde el doblete al Betis en abril de 2019. A la espalda de Navas, Unai y David García, con carrileros abiertos y desentendidos del trabajo defensivo, se declaraba un incendio con cada balón a la carrera. El portugués, sin embargo, abrió la lata llevándolo cosido al pie. A base de trompicones se escapó de hasta cuatro rivales por velocidad y fuerza, se plantó en el área y allí donde los jugadores normales echan en falta el oxígeno él tuvo las ideas claras, la cabeza fría y las piernas lo suficientemente frescas para alojar su remate por la escuadra. Al borde del descanso amagó con una lesión pero por suerte en el banquillo no le hicieron ni caso, así que volvió a esprintar contra el dolor, rozó otro gol y cuando acabó yéndose lo hizo con mosqueo porque no le vino bien la sustitución. Su calidad resulta indiscutible, así como su virtud para marcar goles imposibles y su defecto para desaparecer durante otros largos periodos. Hasta eclipsó la suplencia de Ferran, relegado a los últimos 20 minutos.

A diferencia de lo ocurrido en Valdebebas esta vez el VAR no fue suficiente para sacar al Valencia del partido. Y eso que la respuesta a la queja del club, que aireó un reivindicativo decálogo con errores de revisión que le han perjudicado, fue mandar otro gol al limbo. En medio del estupor general, hasta el de Guedes estuvo en el alambre por si se había ayudado de la mano. Rodrigo, que por su estilo de fútbol es un sospechoso habitual a la hora de dibujar las líneas del terror, había visto como a los dos minutos le quitaban el primero de la tarde y el quinto en lo que va de temporada. Después de tirarse tres minutos rebobinando, la secuencia se paró en el momento en el que Unai invalidaba su posición. Tiene poco sentido, más bien ninguno, que jugadas que ocurren a toda velocidad se resuelvan a cámara lenta y sin un tiempo límite mientras el árbitro se lleva teatralmente el dedo a la oreja.

El Valencia, a base de perder desde principios de año cualquier atisbo del trazo que caracterizaba su estilo, se había confirmado ante Levante y Real Madrid como un equipo impredecible, presa de una personalidad dual con la que cambia del blanco al negro en un abrir y cerrar de ojos. Esta vez no fue demasiado diferente, aunque por suerte sin consecuencias en el marcador. Cuando Osasuna se decidió a hacer acto de presencia, gracias en buena parte a un sistema menos anti-natural y mejores jugadores, el partido estaba ya resuelto. Cillessen, que apenas había aparecido para atajar un disparo de Adrián, empezó a tener faena. Sin embargo, la presencia de Paulista quitó presión a Guillamón y suavizó la continua erosión de la defensa, ajena por fin al riesgo de estar continuamente al filo de la navaja. El premio fue la portería a cero y la sensación extendida de que, pese al agobio, nada dejaba nunca de estar bajo control.

A falta de mayor andamiaje en la medular, donde sin alternativas con la lesión de Coquelin son Parejo y Kondogbia los que siguen acumulando minutos, el Valencia volvió a demostrar en clave resultadista que le sobra con mantener la contundencia en las áreas y rentabilizar un par de buenos pases al espacio. A grandes problemas, sencillas (y viejas) soluciones. Aunque en teoría el patrón de Celades iba a ser otro, el equipo fue un ciclón jugando de esa manera en ataque y resguardándose después para no alimentar las opciones de que Osasuna se reenganchara con obsequios. Guedes vio el extraordinario desmarque de Rodrigo para facilitarle el 2-0 y confirmar que, aunque sin público, la fortaleza como local es el más fiable de sus argumentos.