Hay partidos que por definición no son buenos ni malos sino simplemente extraños y accidentados. Pero en esa rareza es, curiosamente, en la que termina residiendo su encanto. Sobre todo si como el del Levante este viernes contra el Mallorca tienen un final feliz.

Los granotas, con un espíritu de equipo a prueba de bombas, se embolsaron la victoria después de un carrusel de subidas y bajadas, del gol de Roger al inesperado empate pasando por la cantada de Reina ante el latigazo de Rochina y la más que censurable expulsión de Campaña por perder los nervios. La mala cabeza del andaluz pasó factura, para más inri, cuando de un accidente a otro acababa de lesionarse Rochina y no quedaban cambios. En el 94', apretando el trasero, Aitor desvió con la yema de los dedos un tiro de Abdón que se estampó contra el larguero. Por los pelos.

Que los partidos del Levante sean una montaña rusa también es consustancial a ese ADN del que se impregna Paco López, cuya renovación ya no depende del plebiscito popular del buen juego ni de los resultados. Ayer, sin llegar a jugar mal, se desperdició una bola de partido tras el gol de Roger. Y sin llegar a jugar bien se recuperó la ventaja con un latigazo de Rochina, uno de esos disparos tan suyos, marca de la casa. Reina, con tiempo suficiente para ver venir el balón desde 33 metros, no acertó a quitárselo de encima. Y es que el resultado se decantó del lado granota por varias circunstancias pero una de las que más pesó fueron los porteros. Aitor, y no sólo por la del descuento, volvió a ser diferencial dándole la vida a los suyos.

Reina, que vio venir el balón desde 33 metros, no acertó a quitárselo de encima. Y es que el partido, el primero tras el blindaje del entrenador, se decantó del lado granota por muchas circunstancias pero una de las que más fueron los porteros. Aitor, y ya no sólo por la del descuento, volvió a ser diferencial dándole la vida a los suyos.

El Levante, pese a los vaivenes, dejó buen regusto. Es evidente que le ha cogido el tiro a la Liga a base de victorias. Al estilo de Miramón, brillante, un lateral que le dio una profundidad bestial además de una asistencia. También acudió a su cita Roger, que no sólo recuperó la titularidad sino también el gol. Y eso que el remate con el que encontró el premio fue el peor de todos. Después de dos cabezazos de manual, el Pistolero remató con el hombro a la red. Con los espacios que florecieron con el marcador a favor, el escenario se quedó perfecto para la sentencia. Pero después de rozarla lo que llegó fue el empate de Dani a pase de Sastre. Un jarro de agua fría, y eso que chispeaba, ante el que el equipo estuvo lejos de arrugarse.

En una escalada de adversidades, unas fortuitas y otras como la de Campaña buscadas, el Levante se sobrepuso a todas. Ni tres minutos habían pasado cuando se lesionó Melero. El ex del Huesca, que venía de estar entre algodones, se rompió al primer esfuerzo. Postigo aguantó un poco más, pero no lo suficiente para llegar al descanso. Dos lesiones después del parón que trastocaron, y además de qué manera, los planes tácticos de un Paco López que de inicio había apostado por lo esperado con la salvedad de Roger por Bardhi. El macedonio, que besó el gol nada más entrar, era por cierto el único en la convocatoria que venía jugar con su selección. Algo falló con Melero para arriesgarse de esa manera. Y poco sorpresa, por desgracia, es que Sergio Postigo vuelva a estar roto. Su sustituto, Óscar Duarte, bien arropado por Vezo, sí cumplió esta vez con solvencia.

Pese a los inconvenientes que se iban sorteando ,y sin que nadie cogiera el sitio ni el timón, el Levante mereció un resultado mejor ya en el primer acto. Sin embargo, el que estuvo más cerca del gol fue el Mallorca. Lo salvó, cómo no, Aitor Fernández, felino ante un cabezazo picado. A partir de ahí, sin embargo, las oportunidades cayeron todas del mismo lado. Un taconazo de Borja Mayoral, un cabezazo de Roger y una dejada de Vezo con la que al menos ganar a los puntos. En el Mallorca, apocado, sólo el japonés Kubo se salía del guión jugando por dentro. En los granotas, y después de centrarse en el campo con la ausencia de Melero, el pie de Campaña marcaba la diferencia, ya fuese con el balón en juego o en parado.

Campaña fue a la postre el protagonista. Pero no por su pie, sino por su cabeza. Enrabietado, el andaluz se metió en una trifulca en la que no midió al retarse con la frente y ganarse así la segunda amarilla. La primera que había visto, por perder tiempo, fue inmerecida porque no era él el lanzador de la falta. Pero aunque se lo llevaran los demonios, la cabeza, nunca mejor dicho, debía haberla tenidomás fría. Suerte que los tres puntos no fueron de sutura.

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