"Lo único que quiero es que haya paz"

Artur, tras huir de Ucrania a sus once años, disfruta de la libertad junto a su familia de acogida y cerca del "mejor equipo del mundo": su Levante

Rafa Esteve

Rafa Esteve

Una semana de diferencia bastó para que Artur Chupyra pasase de vivir el drama y el miedo, con la única misión de escapar de la invasión de Rusia a Ucrania entre un sinfín dificultades y obstáculos, a sumergirse en la felicidad más absoluta en un escenario de fantasía para él, ya que considera que el Ciutat de València es «el mejor estadio del mundo». El joven ucraniano, de once años, realizó el saque de honor en los prolegómenos del partido entre el Levante y el Espanyol envuelto de cariño y emocionando a todos los presentes. Fue, sin lugar a dudas, «su mejor momento como levantinista», al igual que cuando, veinticuatro horas antes, visitó un estadio que no conocía tras su lavado de cara, conoció a toda la plantilla y vio el entrenamiento de los pupilos dirigidos por Alessio Lisci. Lo hizo cuatro días después de cruzarse Europa en tren y en bus y llegar a València para alivio de su familia de acogida. Sin embargo, Artur, granota hasta la médula, tuvo que pagar el peaje de la odisea, sorteando las adversidades con las que se encontró durante el camino y haciéndose fuerte para no entrar en un estado de desánimo.  

Afincado en la ciudad de Bucha, a 57 kilómetros de Kiev, Artur convivió siete noches con la guerra e, impulsado por su familia de procedencia, se fue de la ciudad ucraniana, sobre todo, al ser uno de los puntos más peligrosos del país. «Vivió a expensas de si iban a invadir la zona en la que estaba. Ha vivido momentos muy complicados. El día que estalla la guerra le despiertan las bombas. Estaba en una zona muy mala, Bucha, y está siendo muy golpeada. Tanto, que Bucha es una ciudad que ya no existe prácticamente. Hemos recibido mensajes desesperantes, donde nos decían que su zona era una carnicería. Salir era misión casi imposible. Tuvimos suerte de sacarlo», dijo Saulo M. López, padre de acogida, mientras su madre de acogida, María Bravo, transmitió el miedo producido por la incertidumbre. «Para nosotros, verle en línea, aunque no contestase, era un consuelo, pero fue un sinvivir. Ahora estamos preocupados porque su madre, su abuela y más familiares siguen en Ucrania, pero podemos decir que están a salvo», comentó sobre una situación en la que ir a la guerra es independiente a la condición. «Mi amigo de 14 años quiso ir a la guerra y fue», relató el propio Artur, al igual que su padre comentó cuál es la realidad. «Dan armas a todos los hombres y nadie las sabe usar. Son personas normales como nosotros, pero viven con armas en sus casas y con miedo a que les asalten», dijo Saulo.

Pese a ello, durante el trayecto entre Kiev y Leópolis, recibió un chute de energía procedente de su ídolo. Roger Martí le envió un vídeo dándole apoyo que le dio «mucho ánimo y fuerza para seguir hacia adelante». El ‘9’ es su favorito, pero no es el único. A través de sus palabras, aún asimilando todo lo que pasó y con síntomas de emoción, dijo los nombres de Morales, Bardhi, De Frutos, Son, Pepelu, Campaña y Cárdenas. No en vano, siente admiración hacia todos los jugadores. Su afición por el Levante procede de su padre de acogida, quien le abre las puertas de su casa desde 2016 en verano y en navidades y que es abonado del conjunto de Orriols desde hace un cuarto de siglo. Con seis años vio por primera vez a su equipo contra el Numancia en Soria, duelo en el que se empezó a dibujar la senda del ascenso a la élite del fútbol español, y fue el momento en el que Artur recibió el flechazo granota. A día de hoy, los de Alessio Lisci, colistas y a seis puntos de diferencia con la permanencia, no pasan por su mejor momento, pero para él, «el Levante es la mitad de mi corazón y el mejor equipo del mundo». «Da igual que el Levante esté mal. Nos vamos a salvar seguro. Si estoy en el campo ganarán o empatarán, pero perder, nunca. Y si no nos salvamos jugaremos, entrenaremos y subiremos», dijo convencido el joven ucraniano.

Ahora, y después de haber salido victorioso del infierno de la invasión de Rusia a Ucrania tras pasar por una auténtica desdicha, Artur Chupyra disfruta de la libertad, de la tranquilidad y de la oportunidad que le ha brindado la vida mediante su sacrifico y entereza. Junto a su familia de acogida, jugando al fútbol y al baloncesto al lado de su hermano, Kristián López, esperando con ganas a su familia de sangre y lanzando un mensaje tan simple como conciliador: «Lo único que quiero ahora mismo es que haya paz, que acabe la guerra pronto y volver a ver a mis amigos».