Y como dijo Gayà, la vida sigue

Al capitán le han arrancado el sueño de su vida en cuestión de días

Gayà, en su llegada a Paterna tras abandonar la concentración de la selección española

Gayà, en su llegada a Paterna tras abandonar la concentración de la selección española / F. Calabuig

Toni Hernández

Toni Hernández

El fútbol es un deporte salvaje. No le debe nada a nadie. Igual que te lo puede dar todo, te lo puede quitar. Y a veces sin mediar una explicación más allá del discutible criterio de alguien que te supera en el escalafón jerárquico. Eso es lo que le ha pasado a José Luis Gayà. En unos pocos días Gayá ha pasado de cumplir el sueño de su vida a que se lo arrancaran de las manos de una manera canalla. Porque lo que le ha hecho Luis Enrique al capitán del Valencia es eso, una canallada. Con todas las letras. Sé que mis palabras son graves, pero de ese burro no me va a bajar nadie porque tengo muy claro que ha sido así. Y no lo digo por sensaciones. Sino por hechos. Un tipo que no cojea, que anda bien, que no necesita muletas, que es un deportista profesional, que está habituado a jugar con dolor… ¿y lo mandas a casa por un esguince «leve»? No, el principal problema no ha podido ser ese. Y tampoco creo que haya sido el propio Gayà.

El seleccionador español ha sido jugador de élite, por lo que parece mentira que haya manejado tan sumamente mal una situación como esta, en la que el tacto y la paciencia deberían de haber estado por encima de cualquier otra consideración. Y no, no hablo de una conspiración en la sombra ni nada por el estilo −¡que ya os veo venir a muchos!−. Las conspiraciones acostumbran a no ser reales, aunque muchas veces se nos ponga a prueba para dudar de ello. Porque ya tiene miga que al jugador al que le meten cuatro partidos de sanción por unas declaraciones interpretadas de la peor de las maneras −y que otros han efectuado este curso sin que pase nada− sea el mismo jugador al que privas de un Mundial por una lesión que no iba a impedirle jugar ni siquiera, seguramente, el primer partido. Se llama canallada. Y me da igual a quien se la hayan hecho. Pero, mira por dónde, el afectado, de nuevo, es José Luis Gayà. Pero no conviene insistir, aunque cueste. Incidir más en el tema sólo nos va a servir para cabrearnos aún más. Por más vueltas que le demos todo seguirá en el mismo sitio, porque la decisión es ya inamovible. Y por eso toca entonar aquello tan manido de «la vida sigue». Como ha hecho el propio Gayà. Y esta máxima, en clave Valencia CF, también ha de servir. Aunque, eso sí, multiplicando por mil nuestras esperanzas respecto a esa vida que va a seguir.

Si la temporada ya tenía muchos alicientes, ahora tiene más. Ahora las ganas de conseguir algo grande son mayores que antes del parón. Sueño con un gol de Gayà dando un título al Valencia; sería de justicia poética, de esas que dan para escribir un libro. Sueño con que alguien al que se ha masacrado pueda resarcirse de verdad y con algo que de verdad valga la pena. No sé si eso pasará, porque no es nada fácil, pero sí que tengo el firme convencimiento de que a muchos se nos ha pasado por la cabeza algo similar. Ese es el cariño que se le tiene a Jose. Un cariño más que merecido, por otra parte. Eres uno de los nuestros. Y además no te cansas de demostrarlo siempre. Hoy España empieza su participación en el Mundial y yo deseo que gane. Hoy, y el resto de partidos, hasta la final. Porque, además de que uno de los nuestros sigue allí, no se pueden ni se deben mezclar las cosas. Y aún digo más: Luis Enrique me cae bien. Creo que es un loco con un buen plan. Pero eso no quita que siga proclamando que a Gayà se le ha hecho una canallada que no tiene perdón de Dios. También es verdad que me estoy haciendo mayor y tal circunstancia, quieras que no, afecta a tu forma de ver las cosas. Te ayuda a discernir y a comprender que hay pensamientos y sentimientos que, aunque parezcan diametralmente contrarios, son compatibles. La vida sigue. Qué remedio. ¡Mucho ánimo, Jose!… Y vamos, España.

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