Opinión

Al nieto del pescador no le gusta el fútbol

Para ser un buen dirigente no hace falta que te guste el fútbol. Ni sentir los colores

Peter y Kiat Lim

Peter y Kiat Lim

El fútbol es una costumbre que se adquiere y se hereda de padres a hijos. En la grada, con la íntima biografía de cada aficionado. En el césped, con sagas como la de Cesare, Paolo y Daniel Maldini. Hasta en los palcos, con familias con arraigo local, como los Agnelli, que controlan durante un siglo instituciones como la Juventus. En el Valencia asistimos a una variante. Posmoderna, líquida, casi virtual, en el relevo no anunciado entre Peter Lim y su hijo Kiat. Los últimos movimientos indican que esa transición es casi ya un hecho consumado, con el último despacho en Singapur con el heredero que se encontró la comitiva valencianista.

En regímenes opacos se suele apuntar que con la entronización de cada heredero hay una esperanza de aperturismo. Una mirada distinta por haber visto mundo, por haber estudiado en Suiza, por haber sido instruido para captar por dónde ruge el futuro. De momento, con el nieto del pescador tenemos una sesión de fotos paseándose con unas Dr Martens por las ruinas del Nou Mestalla y una promesa de redención encapsulada en declaraciones corporativas ya caducadas. La música que llega es que el afecto de Kiat al fútbol es un asunto menor. Como quien intenta aficionarse al béisbol o el crícket y no encuentra la gracia a tal exotismo.

No es un asunto menor. En la administración Lim, Anil Murthy comentaba en privado su pasión por el West Ham. Sabida es la conexión empresarial de Peter Lim con el Manchester United. Una identificación que le llevó a abrir una cadena oficial de restaurantes con licencia oficial de los reds devils a principios de siglo y a levantar hoteles y a cebar como mecenas a un club no profesional, como el Salford, en la periferia mancuniana en la que empezó el relato adolescente de la Class of 92. Enamorado de Gary Neville, lo empujó a aceptar el banquillo del Valencia porque quería trasladar a Mestalla «la autenticidad de Old Trafford». Una operación parecida a la que querer abrir una estación de esquí en la Malva-rosa, arrasando con todos los códigos culturales y territoriales que rigen en cada club. La idea fue desastrosa, pero en ella se puede llegar a alegar que había, dentro de toda esa ignorancia y temeridad, una razón futbolística. Quizá la última vez que Peter Lim mostró un signo de interés deportivo en esta ciudad que no visita desde la mitad de su mandato.

Para ser un buen dirigente deportivo no hace falta que te guste el fútbol. Ni siquiera es necesario sentir los colores. A la grandeza del Valencia han contribuido (unpopular opinion) hasta madridistas de cuna y confesos, como Di Stefano y Benítez. El énfasis ha enterrado futbolísticamente a empresarios con prestigio en sus sectores, como Joan Gaspart. Pero vienen curvas si al ‘heredero del caos’ (magnífica definición de Pascu Calabuig), encima tampoco le gusta el fútbol y su mensaje sigue apuntando a la desinversión crónica en la que respira con dificultad el murciélago.

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