Consecuencias agrícolas

Los frutales españoles, acorralados por el cambio climático

La falta de frío en muchas regiones, la sequía y las plagas derivadas del calentamiento ponen en peligro las cosechas

Los frutales españoles, acorralados por el cambio climático

Los frutales españoles, acorralados por el cambio climático / Olaf Speier/Shutterstock

El calentamiento global se ha convertido en un auténtico dolor de cabeza para los agricultores. El aumento de las temperaturas, la ausencia de precipitaciones, la normalización de los fenómenos climáticos extremos y las plagas (acrecentadas también por el calor) han destruido miles de hectáreas de cultivos en todo el mundo. Las consecuencias económicas son más que evidentes, no sólo para los propios productores, sino también para los consumidores. La falta de materia prima lastra la oferta y, por ello, los precios suben.

Porque la demanda, y más aún en tiempos en los que se insiste en reducir la proteína de origen animal, no baja. Además, aumentan las importaciones, por lo que a la tarifa hay que sumarle los gastos de transporte.Y la perenne sombra de la inflación, que aunque se modera, sigue muy alta. Los euros que eran necesarios para comprar un kilo de cualquier fruta hace unos años ahora apenas alcanzan para hacerse con 500 gramos.

Lo primero a lo que hay que prestar atención es a cómo han cambiado los inviernos. Según el último informe publicado por Copernicus, el Programa de Observación de la Tierra de la UE, en Europa, en los meses de finales de 2021 y en los primeros de 2022 se registró, de media, un grado más de temperatura que el promedio de los inviernos entre 1991 y 2020.

La sequía y las plagas se unen a la falta de frío suficiente

La sequía y las plagas se unen a la falta de frío suficiente / Vera Larina/Shutterstock

En España, la Agencia Estatal de Meteorología dio hace unos meses un dato aún más preocupante: diciembre de 2022 fue el más cálido de toda la serie histórica. En conjunto, el periodo invernal fue el décimo menos frío desde que hay datos (1961) y el quinto más cálido de este siglo. Una muestra más de que la Tierra se calienta a un ritmo endiablado.

El ciclo natural se altera

Los árboles han notado, y mucho, este fenómeno. Y es que, para que la floración sea la adecuada, es imprescindible que acumulen frío durante el invierno. Si las temperaturas suben, el ciclo natural se altera y esto repercute en la cantidad y en la calidad de los frutos.

En los casos más extremos, puede, incluso, arruinarse toda la temporada. Es más, si la floración se adelanta, puede que no haya insectos suficientes para que las polinicen. O, peor aún, es posible que algunas plantas no sobrevivan a las heladas.

Los científicos llevan un tiempo alertando de esto. Según un estudio llevado a cabo por expertos de la Universidad Politécnica de Madrid y de la Universidad de Castilla-La Mancha, es necesario diseñar estrategias de adaptación locales y flexibles de acuerdo a las proyecciones climáticas para evitar que la reducción de las temperaturas pueda comprometer la viabilidad de algunas variedades frutales.

Concretamente, en el texto analizan lo que puede pasar con almendros, ciruelos, manzanos, melocotoneros, olivos y vides de acuerdo a la previsible evolución del clima. La elección de estas especies no es baladí, ya que se trata de árboles con mucho peso en el campo español.

Riesgo de desertificación en España

Riesgo de desertificación en España / Mapa

La conclusión es clara: solo las variedades con bajas necesidades de frío seguirán siendo viables en los próximos 30 años. Es decir, las especies menos comprometidas serán el cerezo, el olivo y la vid. Sin embargo, en estos dos últimos casos la situación tampoco es del todo halagüeña en todos los casos (ver información adjunta).

Sólo las variedades con bajas necesidades de frío seguirán siendo viables en los próximos 30 años

En el extremo contrario se sitúan el ciruelo, el almendro y el manzano. En medio está el melocotonero. Por suerte, los expertos ofrecen soluciones a este problema: «Es posible realizar una adaptación mediante el desplazamiento de los cultivos a zonas adyacentes, o bien mediante una selección cuidadosa de variedades con unas necesidades de frío adecuadas. El desarrollo de aquellas con menores necesidades de frío también contribuiría a la viabilidad de los cultivos».

Pero la falta de frío no es lo único que preocupa al campo español. Los fenómenos meteorológicos extremos asociados al cambio climático son otra gran amenaza para los agricultores. Las sequías, las lluvias torrenciales y las olas de frío o calor están muchas veces detrás de la caída en la producción de algunas especies.

Los frutos que sobreviven ven mermada su calidad: baja la capacidad gustativa y se aprecian variaciones en su tamaño, coloración, capacidad de conservación y cantidad de azúcares.

Gestionar el agua ante la sequía

El problema del agua tiene muchas aristas. A la hora de hablar de él en España, es inevitable mencionar las ‘guerras del agua’, por desgracia tan normalizadas en las zonas más áridas. Aunque no existe una solución que contente a todo el mundo, los expertos apuntan a la necesidad de crear una estrategia de país y poner en marcha infraestructuras que puedan llevar este preciado líquido a las regiones más dependientes.

Campos de olivos, cultivo resistente, pero también afectado por el calor

Campos de olivos, cultivo resistente, pero también afectado por el calor / nito/Shutterstock

Si no es así, se repetirán veranos dramáticos como el que se vivió el pasado año en la Axarquía, en Málaga, donde centenares de aguacateros se murieron de sed. «Hacen falta infraestructuras de emergencia para llevar agua a las zonas productivas con mayor valor añadido del agro nacional», afirman desde la Asociación Española de Tropicales. Sin embargo, científicos y ecologistas no ven con buenos ojos que se propaguen los cultivos tropicales, debido a que exigen grandes cantidades de agua. 

Las plagas destruyen cada año el 40 por ciento de la producción mundial de cultivos

Ocurre lo mismo con las plagas. De acuerdo con el informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), éstas destruyen cada año el 40 por ciento de la producción mundial de cultivos. Traducido al terreno económico, supone un coste de más de 165.000 millones de euros. El ejemplo más claro es la mosca de la fruta, que ha multiplicado exponencialmente su población debido al calentamiento global.

Las amenazas no paran ahí: reiterados informes científicos advierten desde hace años de que el alza de temperaturas traerá un crecimiento de las infecciones transmitidas por los alimentos. Otro factor que preocupa.

La Agencia Europea del Medio Ambiente ha alertado del drama que viene. En uno de sus últimos informes, el organismo subraya que los cambios en el clima «ya han alterado la duración de la estación de crecimiento en grandes partes de Europa. Las épocas de floración y cosecha se adelantan varios días. Es previsible que estos cambios sigan produciéndose en muchas regiones». Sin ir más lejos, el pasado 2022, la campaña de las frutas de hueso en España sufrió una fuerte reducción debido a las fuertes heladas que se registraron en primavera.

Otra opción es que entre en juego la ciencia para modificar el ADN de los cultivos y hacerlos más resistentes a las condiciones extremas. Es la premisa con la que trabajan en el Instituto de Investigación y Tecnología Agroalimentaria (IRTA). Allí han creado la manzana ‘tutti’, una variedad «roja, crujiente y jugosa» adaptada a los climas cálidos y que es el fruto de más de dos décadas de trabajo. Lo mismo se está haciendo con otros cultivos.

Una vez más, el futuro se puede forjar en un laboratorio.

LA PRODUCCIÓN DE ACEITE CAE UN 40%

El oro líquido que sale de los campos de Andalucía (hasta el 80 por ciento del total nacional) es una de las mayores señas de identidad del país. Sin embargo, el cambio climático también amenaza este liderazgo. La asociación de Cooperativas Agro-Alimentarias de Andalucía lo ha dejado muy claro: sus estimaciones sitúan la producción de aceite en la campaña 2022-2023 en 918.000 toneladas, casi un 40 por ciento menos que el pasado año, cuando se elevó por encima de las 1,5 toneladas. El drama es especialmente acusado en Jaén, la provincia olivera por excelencia, donde la cantidad de producto caerá hasta la mitad. La sequía extrema y los altos costes de producción (en especial de la energía), son los principales culpables. El proyecto RitmeNatura estima las pérdidas económicas en valores por encima de los 1.700 millones de euros.

Parecía algo imposible, debido a las características de los olivos. Son árboles fuertes y tienen una alta capacidad de adaptación y resistencia a las temperaturas extremas, tanto altas como bajas. Su supervivencia parecía asegurada. Sin embargo, los cambios radicales en las temperaturas y en las lluvias afectarán a sus ciclos vegetativos, a las características de sus aceitunas y, por ende, a la composición de los aceites de oliva vírgenes. En la década de 2010 se produjeron de media 1,3 millones de toneladas al año y la mitad correspondían a la categoría ‘AOVE’ (aceite de oliva virgen extra, el más cotizado). Para conseguir este preciado ‘AOVE’ se tienen que alinear varios factores, entre ellos la calidad de la propia aceituna, el clima y el terreno. Para que el olivo crezca de forma correcta debe estar sometido a temperaturas entre 26 y 32 grados, es decir, en regiones con inviernos suaves y veranos cálidos y secos.

Y aunque hay estudios que apuntan a que un incremento de las temperaturas de algo más de un grado puede ser bueno para los olivos, este primer diagnóstico se corrige cuando se tienen en cuenta el resto de consecuencias del cambio climático (las ya mencionadas sequías, olas de calor y frío, las DANA…), que pueden arruinar miles de hectáreas de cultivos.

Las características del suelo influyen y mucho en el resultado final. Que el terreno sea más lluvioso o más soleado se nota en el grado de picante o suavidad del aceite resultante.

Contacto de la sección de Medio Ambiente: crisisclimatica@prensaiberica.es